Relato
El "flaco", un muchacho de 26 años y bigotes se
volvió hacia la figura del "trapito" envuelta en un buzo mugriento y
con la cara semioculta por la gorra, una silueta bastante familiar, ya que lo
había visto unas cuantas veces en la cuadra, cuando volvía del trabajo, o de la
facultad.
Nunca habían cruzado una palabra, ni siquiera el saludo,
hasta esa llamada en voz baja, tímida
- Disculpa que te moleste - seguía diciendo la persona
oculta detrás de la bufanda sucia y el alzacuello del mundial que apenas si
atajaban el aire helado de la noche- pero siempre te veo pasar y sé que vivís
ahí enfrente...no me podés dar un termo de agua caliente? Se me cerró el bar de
la esquina y...
Juan, que así se llama el "flaco" se acercó con un
"no hay problema" agarró el termo y unos minutos después bajó con el
agua caliente. Había agregado un par de saquitos de té, azúcar y un sándwich de
queso armado a las apuradas.
- Uhh, flaco gracias...
-No, por nada..- respondió, un poco avergonzado de recibir
tanto agradecimiento por lo que no le había costado tanto. Entonces vio que el
otro metía la mano en el bolsillo del buzo y no pudo evitar el aleteo de temor
en el estómago. ¿Qué iba a sacar?
- Tomá flaco...un "fasito", para una noche tranqui
Casi soltó la carcajada, pero le preocupó que el otro lo
tomara a mal.
- No, flaco, todo bien, si es un poco de agua caliente nomás
- dijo
con una sonrisa
Los ojos debajo de la gorrita lo miraron muy serios, casi
tristes
- ¿Sabés lo difícil que es conseguir agua caliente para mí?
Esa noche Juan lloró antes de dormir. No por el chico que
cuidaba autos, sino por una sociedad en la cual para un pibe en la calle es más
fácil conseguir droga que un termo de agua caliente.
Cecilia Solá.
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