Mucha agua corrió debajo del puente de la democratización: a las mujeres del pañuelo blanco que inauguraron esa saga trágica de madres que perdieron a sus hijos se fueron agregando en la plaza pública otras madres en duelo y otros silencios. Las víctimas de la violencia del poder feudal, simbolizada en María Soledad Morales.
Con ella fuimos descubriendo las lacras culturales del “por algo será” en el “ella se lo buscó”, las escabrosas descripciones del crimen y, sobre todo, una aparición macabra, el cuerpo destrozado, arrojado al costado del camino, como indicio de la crueldad que luego veríamos reproducida a lo largo y ancho del país. Pero las plazas del silencio del autoritarismo se fueron llenando con las voces de la solidaridad de otras mujeres, las ruidosas y vitales marchas por el “Ni una menos”. En nuestro país fueron las mujeres periodistas, en muchos casos las caras visibles de los noticieros, quienes hartas de informar sobre los asesinatos, interpretados muchas veces como crímenes pasionales, lanzaron ese grito de vida. Un movimiento tan creativo como eficaz. La consigna reafirma el derecho a la vida. Ya no el silencio del pasado, sino las ruidosas concentraciones que unieron en el mismo lugar de la plaza la diversidad de expresiones democráticas. Aun cuando sobrevive la intolerancia, allí nos encontramos hombres y mujeres, singulares, plurales, que al menos como derechos consagrados definen a la democracia. El espacio público, sea la plaza de la protesta o el festejo, sea la mesa de debate en la televisión, es el ámbito de la política. Cuando se denuncian los femicidios también se reafirman los derechos de la democracia. El poderoso silencio de los tiempos autoritarios ha dado lugar a la no menos poderosa fuerza de la palabra, la que denuncia, pero también la que debe anunciar los derechos humanos, base de la dignidad que nos iguala en la gran familia de la humanidad. Por eso, en este 8 de marzo vale recordar que los derechos humanos conjugan con la vida, con la integridad y con la libertad. Y el mejor homenaje es denunciar a los responsables de la violencia, pero descartar la victimización de las mujeres para poder educar a nuestras niñas, niños y adolescentes en los valores de la vida y la democracia. Ser mujer es un privilegio, no un pesar.
Y si, las mujeres tenemos mucho para aportar a un mundo
que se muestra desquiciado, siempre y cuando no repitamos lo que padecimos, el
autoritarismo, la violencia y la confrontación.
Norma Morandini
Norma Morandini
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