Quiero felicitar al alumno Marito porque no le ha robado
los útiles a su compañero
de banco.
Jamás ninguna de mis maestras de mi escuela en Santos
Lugares me dijo algo así. No, me enseñaron a ser honesto.
Lo predicaron con su ejemplo y dedicación. No era un
mérito, sino una obligación.
Este país, mi país, devastado por los corruptos que, como
los nuevos ricos, son torpes y ridículos, y que perdona a los elegantes
corruptores de siempre, se me hace como los parques de diversiones, con sus
espejos deformantes que causaban, gracias a los visitantes. Se veían grotescos,
alargados y empequeñecidos. Y eso provocaba sus carcajadas.
Lo mismo, creo, nos pasa ahora. Solo que los espejos no son
deformantes, nos reflejan como somos, cómicos para los demás, patéticos para
nosotros.
Si fuimos grandes, alguna vez, fue por la excelencia de
nuestra educación pública. Todos éramos iguales, pobres y ricos, y los
guardapolvos blancos nos indicaban, sin necesidad de discursos, que teníamos
los mismos derechos.
Recuerdo que la directora vivía enfrente de la escuela, y
su casa era una de las más importantes del barrio. No era una gran cosa, pero
tampoco era menos que la del médico, en mi modesto lugar en el mundo.
Crecí de esa manera, sabiendo algo que hoy parece olvidado.
Que una maestra es tan importante como un médico. Más todavía, porque a la
maestra la necesitábamos todos los días, y al médico solo nos llevaban cuando
teníamos fiebre.
Nos pasó lo que nos pasó, y no nos damos cuenta de que la
peor enfermedad, la de la ignorancia, es crónica y nos persigue todos los días.
Creo que me estoy quedando solo, como tantas veces me ha
pasado. No me conmueve la tristeza de un jugador de fútbol, aunque sea
argentino y el mejor del mundo. Me gusta verlo jugar, y hasta me simpatiza.
Pero no le agradezco su esfuerzo ni su pasión, ni me enternecen sus lágrimas,
aunque sean sinceras. Este muchacho cobra 27 millones de pesos por mes por
patear una pelota.
Y una maestra, como la que me enseñó a leer y escribir y,
mucho más que eso, a centenares de chicos de mi barrio nos hizo saber qué es
bueno ser una buena persona, y debe sobrevivir con algo así como 8.000 pesos
mensuales. Eso sí que me hace lagrimear, y estar seguro de que vuelva Messi a
la selección es mucho menos trascendente a que retorne la dignidad para los
maestros que nos hicieron mejores.
Me parece infame que discutamos el valor del “Fútbol para
todos” si no entendemos que es infinitamente más importante una buena educación
para todos
Sé que voy a
contramano. No me habitúo a los espejos que nos deforman, que nos hacen creer
que lo que vale es tener el río más ancho del mundo, la avenida más larga del
planeta, o un equipo de fútbol que gana una copa de no sé donde.
Sé también que es una obviedad lo que voy a escribir:
No es un seleccionado de fútbol el que nos va a salvar del
país de los espejos deformantes. Es la educación
Será una obviedad, pero pocas cosas son tan peligrosas como
olvidar lo que debería ser obvio.
por Mario Sábato
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