Las fortineras, soldaderas, chusmas, milicas o
cuarteleras era la forma de llamar a estas mujeres que compartían la vida con
los hombres que servían en la frontera contra el “indio”. Generalmente eran
llevadas en contra de su voluntad, el estado nacional promovía estas
poblaciones mixtas para evitar las deserciones de los hombres y poblar el “desierto”. Domingo Faustino Sarmiento dijo de ellas-,
“Las mujeres lejos de ser un embarazo en las campañas, eran, por el contrario,
el auxilio más poderoso para el mantenimiento, la disciplina y el servicio
(...) Su inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirvieron para mantener
fiel al soldado que, pudiendo desertar, no lo hacía porque tenía en el campo
todo lo que amaba.
Curando heridas, lavando, cazando para comer y combatiendo con bravura
contra el Malón estas mujeres sobrevivían en la frontera. Sin embargo la
mayoría de las historias que de ellas tenemos han llegado impregnadas de un
cierto romanticismo que oculta la pobreza, el abandono en definitiva la
marginalidad y la hipócrecia con que suelen construirse los relatos de buenos y
malos.
Las fronteras del siglo XVIII y XIX eran el límite que separaban a la
civilización, del bárbaro; al cristiano del infiel; los están adentro del
proyecto nacional y los que quedaban fuera de él.
Las líneas de fronteras eran un
grupo de ranchos que funcionaban como cuarteles defendidos por una columna de “palo
a pique” y una zanja seca. Esos fuertes o fortines contenían el ataque de los
nativos, “el malón” que se llevaba el ganado de las estancias.
Los hombres que hacían de soldados
no llegaron por entera voluntad, tal vez por la Ley de Vagos, por una ración o
promesa de recibir tierras. Jose Hernandez en su celebre Martín Fierro los
llamaría “pobres condenados”, pero esa es parte de la misma historia que luego
retomaremos.
Ellas compartieron junto a sus hombres el
hambre, el frio y la miseria de esas soledades recibiendo el injusto olvido de
quienes se beneficiaron con leguas y leguas de tierras.
Fueron semillas del “desierto”
pardas, mulatas, negras, unas pocas blancas e indígenas, aunque nunca figuraban
en las listas de revista de los comandantes ni en los escritos del juez de paz.
A pesar de ello algunas no pudieron ser ignoradas como Mama Carmen, que fue
sargento, la dulce Pasto Verde inmortalizada en una zamba, Viviana Calderón,
nieta de un cacique; y de las que no se guarda el nombre, “La botón patrio”, “La
pocas pilchas”, “La cama caliente” o “La pecho e” lata” porque ellas perdieron hasta la identidad. En
la obra “cuatro mil mujeres en la campaña del desierto” de Vera Pichel, la
investigación da cuenta de su existencia y arroja estos números.
No fueron pocos los sacrificios que
exigió la patria a sus hijos e hijas, aunque no fueron para todos los frutos ni
la gloria.
KarinaCoronel
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