A casi 129 años del nacimiento de la UCR, les comparto la vigencia de este artículo publicado el 30 de junio de 1991.
Sin duda, cien años de presencia
principal en la vida política del país de la Unión Cívica Radical como alternativa real; es decir, come fuerza cívica
destinada, desde su nacimiento, a ser gobierno o a liderar la oposición,
evidencian características especiales en un movimiento que ha desplegado siempre sus mismas
banderas, que ha nacido desde el llano y no al calor de ningún oficialismo.
Son muchas las razones que
justifican su presencia permanente en la vida cívica argentina, pero en esta
nota deseo referirme exclusivamente alma de ellas: su vocación convocante.
Casi daría la impresión de que el
partido más viejo de la Argentina nació para ser fuerza aglutinante, como si
estuviera llamado a ser el partido de la convocatoria, para la construcción del
país moderno.
Convocatoria contra el autoritarismo,
concebido como forma natural de relación entre grupos que no admitían otro modo
de coexistir que el de la imposición de
unos sobre otros.
Contra la violencia y toda proclividad
a la acción directa y a la ajuridicidad.
Contra la intolerancia y la
indisponibilidad para el compromiso, característica de una sociedad maniquea,
donde cada sector asigna un carácter absoluto a sus propios objetivos y rechaza
la conciliación con otros grupos.
Contra la concepción del orden como
imposición y del conflicto como desorden. Su primera gran función histórica fue
la de instaurar la democracia concreta en los marcos que las fuerzas
organizadoras del país habían delineado, limitándola a un restringido sector
social.
El radicalismo completa la primera modernización
del país con la incorporación de la ciudadanía a la vida política . Pero su convocatoria
no se redujo solamente a la empecinada voluntad de lograr la aplicación cabal
de las normas constitucionales y la plena vigencia del sufragio universal. Su concepción
ética de la política y su sentido de la solidaridad social, conformaron su idea
de la democracia, sustentada y legitimada por un gigantesco cambio de valores
acerca de la concepción del hombre y de la sociedad.
El radicalismo argentino concibió a
la democracia come la de no ceder en materia de principios éticos. A través de
la consecuencia, y no la causa del asentamiento de los valores de la libertad,
de la justicia, de la solidaridad. Aquellos que transforman el histórico
derecho de gentes, en la moderna concepción de los derechos humanos.
A través del tiempo fue, a raíz de
su modo convocante de actuar, un partido de síntesis, donde las reivindicaciones
y principios de la libertad, encontraron siempre un cauce abierto.
Por cierto que, de entrada,
constituyo una fuerza renovadora y opuesta
al conservadorismo, pero no se definió como liberal o socialista, ni procura
reflejar alguno de sus matices intermedios. Tal vez por ello recibe frecuentes críticas
de los partidos dogmáticos y no pocas veces sufrió la imputación de vaguedad ideológica
y falta de rigor teórico.
El transcurso del tiempo ha
permitido demostrar que esa supuesta ambigüedad es hoy una de sus mayores riquezas, pues pudo ser siempre una requisitoria
convocante porque durante su siglo de existencia supo ser una concepción ética de
la política permanecer adscripto, a ultranza, al sistema democrático.
Y son precisamente estos dos valores,
como antes lo he sostenido, los que constituyen el punto de arranque de quienes
hoy intentan en el mundo, desde la perspectiva de las grandes corrientes políticas
históricas, superar contradicciones que tuvieron sentido en el pasado, pero que
ya no se corresponden absolutamente con los profundos cambios económicos,
sociales y políticos que se han operado.
El radicalismo piensa que el cuadro
de los valores democráticos se enriquece con aportes provenientes de distintas
fuentes y concepciones del pensamiento político: con el ideal socialista, en
cuanto sostiene fue una concepción integral del a democracia n o puede desconocer
un ámbito tan decisivo para la realización de la persona; come lo es el del trabajo productivo y procura la afirmación de
los derechos sociales que complementen las libertades y prerrogativas individuales;
con los principios del liberalismo bien entendido, que coloca a la libertad como
el bien fundante de las relaciones entre los individuos; con la postulación del
criterio de solidaridad universal que han reivindicado reiteradamente las
corrientes políticas del socialcristianismo.
Por eso, seguramente, es que el
radicalismo, como si cumpliera un mandato del pasado, sigue convocando para
promover la síntesis, abrir el futuro, provocar la modernizarían. Los valores y
aun las metodologías del pasado todavía vigentes, encuentran en su accionar y
postulaciones, una síntesis armoniosa y superadora, en consonancia con las
nuevas exigencias de un mundo en permanente transformación.
Suma así su aporte, como antes, a
la búsqueda colectiva de la humanidad para delinear los nuevos marcos éticos, políticos
y organizativos del futuro, rechazando, come siempre, los dogmatismos y las
concepciones mecanicistas, pero sin caer en la vaguedad, sino abriendo camino a
la racionalidad y a la experimentación consciente de nuevas fórmulas de
convivencia entre los hombres.
Considera el radicalismo que La Democracia
nunca termina de realizarse. Que alcanzado un objetivo, lo redefine, por lo que
constituye un proceso dinámico e interminable en procura del respeto irrestricto
por la dignidad del hombre. Por eso, no la reduce a una metodología electoral
—por importante que sea— sino que le asigna una fuerza transformadora capaz de
concretar nuevos ámbitos para el desarrollo de una sociedad más Libre, más
justa y más igualitaria.
Siempre creyó que para lograr
eficacia en su accionar, debía buscar convergencias y concertaciones, con la única
limitación de o ceder en materia de
principios éticos. A través de la historia, tuvo la rara virtud de saber
distinguir lo principal de lo accesorio. Por eso, en un tiempo, su programa
casi excluyente fue el cumplimiento de la Constitución Nacional y logró el
acompañamiento de distintos sectores ideológicos. Pero casi diría que in
convocatoria se efectuaba, más que para lograr la indispensable fortaleza, como
una imposición de su carácter de su fuerza movilizadora, de su repudio entrañable
a las minorías conculcadoras de derechos. Fue una convocatoria ética en un
doble sentido: sostuvo la imposibilidad de luchar contra la corrupción del régimen,
sin el protagonismo popular, pero también que no se podía preservar ese protagonismo
popular sin sostener una política de principios que lo estimulara.
Cuando tuvo que convocar para la
lucha, jamás le hizo para ser gobierno. Los radicales lucharon para que hubiese
elecciones libres. En ocasiones, estuvo al borde de la utopía; pero siempre fue
serio y previsible, aunque supo exaltarse con sueños de justicia nacional y universal
y nunca midió sus fuerzas antes de lanzarse a la lucha de las ideas.
Es que supo antes, como sabe hoy,
que el gran esfuerzo de la realización nacional debe recorrer caminos nuevos,
crear soluciones inéditas y replantear en profundidad los contenidos de la
cultura política argentina.
Por Raúl Alfonsín
NOTICIAS - 30 DE junio DE 1991 -
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