El peronismo, hace imponer su mayoría en la Cámara de Diputados, y al Dr. Balbín le son quitados sus fueros, paso previo al presidio. ¿El motivo? Que había dado un discurso en contra del peronismo. Tiempos de dictadura en los que hablar mal del Presidente te conducían a la cárcel.
Según se cuenta, Frondizi le había
advertido al caudillo radical que controlara sus palabras porque estaban
enterados de que el gobierno montaría una provocación destinada a desaforarlo y
meterlo preso. Incluso, Frondizi sabía que tres o cuatro policías habían sido
destacados para grabar sus palabras para iniciarle una causa judicial. Le
recordó, por último, que ya había habido problemas con sus discursos en Trenque
Lauquen, Pergamino, Mercedes y General Villegas, ciudad está última donde,
según se decía, había pronunciado ofensas irreparables contra el ministro
Borlenghi.
Balbín le contestó a su correligionario que
se quedara tranquilo, que sería más prudente que nunca, pero una vez subido a
la tribuna y ante el requerimiento de un público que pedía palabras duras,
Balbín se despachó con uno de sus mejores repertorios en contra de la dictadura
peronista y, entre otras bellezas, convocó a la juventud a realizar una verdadera revolución social.
Al otro día, el diario El Tribuno de
Rosario publicaba los principales párrafos del discurso. Esa misma semana el
juez federal santafesino, Alejandro Ferraronz, reclamó el desafuero
parlamentario ante una demanda presentada por el diputado peronista Luis Roche,
asesorado por el abogado Carlos García Montaño. Los nombres merecen
mencionarse, aunque más no sea por una atención a sus titulares, ya que si no
hubiera sido por este episodio la mayoría de ellos se habrían hundido en el
anonimato más absoluto.
El trámite judicial se inició con un
expediente de 28 fojas, Balbín estaba acusado de desacato y de violar el
artículo 244 del Código Penal. No eran tiempos para quedarse tranquilo. Para
esa época ya habían sido sancionados los diputados radicales Eduardo Sammartino
y Agustín Rodríguez Araya, y poco tiempo después correrían la misma suerte
Mauricio Yadarola y Atilio Cattáneo. Con la dictadura peronista no se jugaba.
Los radicales sospechaban que el bloque
parlamentario peronista perpetraría alguna maniobra, pero no previeron que el
desenlace sería tan rápido y brutal.
El jueves 29 de septiembre de ese mismo año,
el último día de sesiones ordinarias, el diputado oficialista Ángel Miel Asquía
presentó la moción para que se iniciara el desafuero. Alfredo Vítolo, por el
radicalismo, mocionó que el trámite debía tratarse en la Comisión de Asuntos
Constitucionales. No hubo caso. Los peronistas nunca fueron amigos de detenerse
en delicadezas y, además, estaban apurados para cumplir con las órdenes
superiores.
El diputado Vicente Magnasco habló de
injurias, ofensas y descréditos contra el general Perón. El legislador se
refirió a las reiteradas transgresiones de Balbín y, como para fortalecer sus
argumentos, no vaciló en calificarlo de “hábil orador”, calificación si se
quiere extravagante en boca de un parlamentario cuya tarea, como la misma
palabra de la institución que representa expresa, consiste en hablar o parlar.
Vítolo calificó a la maniobra como una
verdadera emboscada política. Su moción fue apoyada por el legislador
conservador Reynaldo Pastor. Al momento en que Vítolo estaba haciendo uso de la
palabra, el legislador peronista José Astorgano levantó la mano para solicitar
una moción. “Ahora van a pedir que se cierre el debate”, le dijo Frondizi en
voz baja a un colega. Y efectivamente eso fue lo que hizo el diputado Astorgano.
La moción fue inmediatamente apoyada por el
presidente de la Cámara, el dentista Héctor
Cámpora, un hombre que se distinguía
por su obsecuencia, calificativo que él mismo se atribuía sin sonrojarse;
un hombre del cual se podrían haber adivinado diferentes futuros, pero que
nadie, ni siquiera su mamá, lo hubiera imaginado veinte años después como
presidente de los argentinos, apoyado por la llamada izquierda peronista. Mucho
menos se hubiera podido pensar que en el siglo XXI algunas facciones juveniles lo
reivindicarían como una bandera de lucha.
Nunca un trámite parlamentario de desafuero
fue tan rápido y tan poco preocupado por los procedimientos legales. La única
chance que se le dio a la oposición fue la de permitirle a Balbín usar de la
palabra. El discurso no alcanzó a la hora. Habló sin papeles, pero pocas veces
la bancada peronista escuchó con tanto silencio las palabras de un dirigente
opositor. Ya para entonces “el Chino”, como le decían, era un orador
formidable, con un inusual talento para manejar los tonos de la voz y construir
frases que llegaban a la sensibilidad de la gente. Sus palabras podían ser
aprobadas o rechazadas, pero transmitían sinceridad, coraje, afecto y sobre
todo, convicciones, convicciones republicanas.
“Yo no tengo la culpa de mi lenguaje
-explica-, a mí me lo enseñó la adversidad”. El hombre que hablaba tiene más de
veinte años de trayectoria pública y se las sabía a todas. Como buen discípulo
de Yrigoyen, había caminado pueblo por pueblo, se había subido a todas las
tribunas y participado de todas las asambleas radicales. Era lo que había hecho
y es lo que seguiría haciendo hasta el último día de su vida.
Su concepción de la política era la lucha,
las palabras duras contra los promotores del fraude y la violencia. Así lo expresó
aquella tarde de septiembre de 1949. “Yo
prefiero el lenguaje popular y llano para que el pueblo entienda con rudeza las
cosas rudas de la nación. Aprendí a hablar este lenguaje desde 1930. Lo utilicé
durante la dictadura de Uriburu y lo fui usando durante el largo fraude que
imperó en mi provincia, donde a veces dejamos de hablar para romper urnas”.
Después, mirando a la bancada peronista,
dijo: “Algunos de los que han de votar
en mi contra esta tarde me aplaudían cuando usaba este lenguaje contra Uriburu.
Muchos de los que han de votar esta tarde eran mis amigos en la lucha contra el
fraude. ¿Qué culpa tengo yo si sigo creyendo lo de antes y ellos han cambiado
lealmente sus convicciones?” Nadie contestó, a nadie se le ocurrió
interrumpirlo con las estrofas de la “Marchita”, como solían hacer en esos
casos.
Balbín fue acusado de ofender al presidente ¿Al presidente de la Nación o al presidente del partido? fue la pregunta que se hizo, una pregunta sin respuesta porque para el peronismo esa diferencia no existía, una pregunta que posee una inquietante actualidad. El jefe radical se dirigió en todo momento a Perón, no les prestó atención a legisladores cuya única virtud residía en levantar disciplinadamente la mano. Allí señaló que Perón jugaba con cartas marcadas, porque “para ofender adopta la posición de líder y para procesar, la de presidente”. Y recordando viejos y nuevos insultos dijo: “¿Cómo quiere que respondamos nosotros, cuando él dice que somos la antipatria, o traidores al país?”
Balbín sabía invocar su propia historia e identificarla con un apostolado. Es lo que le habían enseñado Alem e Yrigoyen:
“Yo vengo desde lejos. No he aprendido todo
lo que puede hacer un oficialismo desbordado, pero estoy resuelto a sufrirlo
todo para que no lo tengan que sufrir las futuras generaciones. Nosotros
tenemos sentido de futuro, no barriga de presente...A veces es necesario que en
un país entren algunos libres y dignos a la cárcel, para conocer dónde irán
después los delincuentes de la república. No me detendré en la puerta de mi
casa a ver pasar el cadáver de nadie, pero estaré sentado en la vereda de mi
casa para ver pasar los funerales de la dictadura”. Y luego, este final a toda
orquesta: “Si éste es el precio por haber presidido el bloque, que es una reserva
moral del país, han cobrado barato. Fusilándome estaríamos a mano”.
La sesión parlamentaria concluyó a las
15,40. La votación fue previsible: 109 a 41. Balbín aceptó el resultado pero
rechazó. También declinó la sugerencia del exilio. Sabía que lo esperaba la
cárcel y marchó a su destino. El 12 de marzo de 1950, el día de las elecciones
en provincia de Buenos Aires, donde fue candidato a gobernador contra Mercante,
fue detenido en La Plata. El fiscal
pidió doce años de cárcel, pero lo condenaron a cinco. El martirio de
Balbín trascendió las fronteras. Su foto en la cárcel fue todo un símbolo de la
resistencia a la dictadura. Consciente de que la decisión le provocaba más
perjuicios que beneficios, en 2 de enero de 1951, Perón decidió indultarlo.
Casi
dos años estuvo preso el Dr. Ricardo Balbín en Olmos, luego de haber sido
expulsado de la Cámara de Diputados, por el simple hecho de ser opositor al
peronismo.
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