POR LAS REDES
No sé si es estupor, impotencia o bronca. No sé si es tristeza o perplejidad. No sé si lo que siento es todo eso junto. Solo espero que, lo que vaya a volcar con palabras en este momento, no pierda la objetividad y la claridad.
Empleados del Centro de Salud - Tucumán |
Después de muchos días de lucha desigual,
el Dr. Jesús Amenábar se convirtió en otra víctima de esta implacable peste.
Tucumán lo conoció. Dejó su sangre y su sudor en pacientes y alumnos. Todo lo
que la vida y la educación universitaria le dio lo devolvió multiplicado. Más
allá de la persona, un ser humano igual a todos en virtudes y defectos, está la
figura. Médico que dejó años de su vida en el hospital público y docente que
dejó un legado, como otros tantos, en la universidad pública. El común
denominador fueron los miserables sueldos que recibió por ambas tareas. Pero el
Dr. Amenábar solo es la cabeza visible de otros tantos trabajadores de la salud
que, en esta pandemia, dejaron sus vidas. En él se fundan las causas y las
almas de enfermeras, mucamas, kinesiólogos, bioquímicos, paramédicos etc. cuyas
vidas se entregaron para salvar otras.
En sus últimas horas, seguramente
apesadumbrado por haber dejado la vida por un país que no valora a aquellos que
de verdad dedican todo por el otro, dejó profundas verdades que perforaron la
dudosa moral de los dirigentes políticos. Para peor debió, por tales
declaraciones, soportar la crítica de adeptos a la nefasta casta de dirigentes
que nos gobierna, cuyas vidas pobres en valores y trabajo contrastan con las
cuantiosas cifras que cobran por ocupaciones que, de no existir, nadie lo
notaría. Si es que trabajan, claro.
No les falta, a esos mercenarios de la
política, la palabra “cipayo” o “gorila” para las personas que les refriegan la
profunda desigualdad que han generado mientras, en sus discursos vacíos de
verdad, dicen combatirla. Demonizan a trabajadores, productores y empresarios,
a quienes exprimen con impuestos, para garantizarse sus salarios y derramar
pobreza residual sobre los pobres. Cuentan con sus aplaudidores, con cabezas
quemadas por la ideología, que critican a los reales servidores públicos: a los
de Salud y de seguridad principalmente que, para colmo, no pueden defender sus
derechos como los demás trabajadores. Adulan a un imbécil que dice “les pibis”
y critican a un gendarme o a un policía que se juega la vida por 40 lucas.
Tratan de cipayo o gorila a un médico que expones las verdades descarnadas de
un país en decadencia, porque les duele la “cachetada” de la realidad.
Hablan de pobres desde un Audi o desde su
departamento en Recoleta o Puerto Madero. Mandan diatribas soeces desde sus
Iphones y Macs. Viven en ciudades que odian porque, las que dejaron, las
dejaron pobres y arruinadas. Y hablan de desigualdad cuando solo pensaron en un
ingreso adicional para los ñoquis que los rodean olvidando a los que están en
la línea de batalla para quienes piden aplausos.
Por suerte hay muchos “Doctores Amenábar”,
que dan su vida por el país. Por eso aún hay país. Pero se nos van yendo y los
idiotas se multiplican. Espero ver a la gente despertar de esta pesadilla.
Espero ver a la Argentina de Leloir, de Houssay, de Milstein. A la de Borges,
Cortázar y Sábato. A la de Carrillo y Favaloro. A la de Vilas, Fangio y
Ginóbili. A la de Aleandro, Brandoni, Martínez y Darín. A la de Gelber, la
Mecha y Charly. No importa su ideología. Importa que no se pueden comprar. No
olvido a los que, en las sombras, se desloman: albañiles, mucamas o cartoneros,
por nombrar algunas ocupaciones. Ellos son honestas víctimas de los
deshonestos. A quienes oprimen con modernos métodos de esclavitud. A quienes
acarrean a actos, bajo la amenaza de perder un plan. Y hay quienes, a esa
lacra, defienden y aplauden. A los que lucran con la pobreza. A los que
reparten la plata de otro, pero se quedan con su cuantiosa “comisión”.
Hoy es un virus. Mañana una bala. O tal vez
el hambre. En silencio se van los buenos y van quedando los que no lo son…
@458estevann
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