Escuelas, aviones y otros servicios cerrados cuando no había peste se van reabriendo ahora, con el virus a full. Los recursos públicos y privados ya se gastaron.
Lejos están los tiempos
en que Alberto Fernández estaba enamorado de la cuarentena y en que compadrear
con los datos sanitarios argentinos le permitía una fugaz suba en la imagen y
mojarle la oreja a Suecia. El “modelo cuarentena” era entonces mimado.
Duró bastante. Demasiado.
Durante 6 meses Argentina estuvo en la punta del ranking que elabora la
Universidad Johns Hopkins para medir las cuarentenas más estrictas del mundo.
Pero ahora el esquema se va descosiendo por cansancio, más que nada porque el
poder político y los recursos económicos se gastaron en imponer la cuarentena
en todo el país cuando en gran parte de la Argentina todavía era innecesaria.
Ahora vemos que, de
golpe, el mismo ministro de Educación que hace unas semanas consideraba
imposible que apenas 6.000 estudiantes de la Ciudad de Buenos Aires pudieran ir
al patio de sus escuelas a usar Internet, hoy dice que no hace esperar que haya
una vacuna para volver a las aulas. Algo impensable hace unos meses, cuando aún
en las provincias que no tenían casos las aulas estuvieron cerradas porque
había contagios en La Matanza. ¿Fue un mero regalo para Ctera? Hoy no da para
más. Los padres no pueden trabajar con los chicos en casa. La teleeducación fue
mucho menos rosa de lo que la pintaron. Muchos chicos están sin contención. Y,
el año está perdido. Las escuelas cerradas con 4.000 nuevos casos diarios se
piensan reabrir cuando los casos diarios son 14.000.
Miremos el transporte
aéreo. Algo similar. Un poco para terminar de echar a los competidores de Aerolíneas
y otro poco para prohibir el gasto de dólares en el extranjero el gobierno se
apresuró primero a cancelar todos los vuelos. Decenas de miles de argentinos
quedaron varados durante meses fuera del país, incluso cuando la medida ya no
tenía sentido, porque el virus ya circulaba adentro y un contagiado que viniera
de afuera significaba cada vez menos.
Hoy ya perdió sentido por
completo: Argentina ya es uno de los centros mundiales de la pandemia. Y el
virus ya está en todo el país. Por mero agotamiento, más que por convicción, el
gobierno ahora busca dar de baja todo ese absurdo que aisló al país del mundo y
a las provincias entre sí. Desde hace meses es el único país sin avioncitos en
los mapas que muestran los flujos aéreos en el mundo.
La paliza recesiva del
confinamiento y la prohibición de trabajar también agotó los recursos privados.
Decenas de miles de comercios y empresas fueron obligados a cerrar cuando el
enfermo ni siquiera mostraba fiebre. Y ahora que la peste arrecia las
prohibiciones agarran a las empresas ya muy débiles, cuando no quebradas. Los
precios máximos tienen muerte súbita el 31 de octubre. No dan para más. Los
precios cuidados salen con subas promedio de 5%. Tampoco dan para más.
Lo vemos también en el
uso de los recursos públicos. En su origen, la cuarentena de dio un sentido a
un gobierno que no tenía plan. Y le dio una excusa para revolear dineros que el
país no tenía en subsidios. La mayor incidencia de esos subsidios se dio en
distritos donde el coronavirus era algo que todavía existía sólo en la tele y
donde los nuevos planes simplemente se sumaron a culturas acostumbradas a vivir
de subsidios y empleo público. Ahora, seguir emitiendo para pagar esas cosas es
inviable por el riesgo de inflación. Y hay que quitarlos justo cuando el virus
está de este lado de las pantallas.
La cuarentena muere como
nació. Más que por razones sanitarias, por razones políticas y económicas. Por
ahora nadie le va a firmar el certificado de defunción. La han abandonado en
una camilla anónima. Cualquier día de estos deja de respirar. Y ni nos
vamos a enterar.
Fuente: La quinta pata del gato . Cadena 3
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