La nonagenaria activista por los derechos humanos y ex dirigente frepasista lamenta que la juventud vaya perdiendo conciencia de lo que significó la dictadura.
Pasaron 45 años del comienzo de la última dictadura: la mitad exacta de la edad de Graciela Fernández Meijide. Para ella el 76 fue el meridiano que dividió su vida: tras el secuestro y la desaparición forzosa de su hijo Pablo, que tenía 17, Fernández Meijide dejó la docencia, y se volcó al activismo en la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos (APDH) y, luego, a la política en las filas del Frepaso. Protagonista del Gobierno fugaz de la Alianza como ministra de Desarrollo Social de Fernando de la Rúa, padeció las ingratitudes de la escasez material y las amarguras de la ingobernabilidad. Lúcida y memoriosa, a los 90 recién cumplidos sigue sorprendiéndose. Por ejemplo, dice que le llamó la atención que viralizaran una imagen suya mientras se vacunaba como cualquiera. "Lo normal ha llegado a ser anormal en este país", opina.
Luego de atender el teléfono fijo en el horario pactado, Fernández Meijide pide imperativamente a quien la acompaña que apague la radio para oír mejor. Hace las cuentas: murieron casi todos los integrantes de la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (Conadep) creada por Raúl Alfonsín para recopilar información acerca de los delitos que cometieron las autoridades de facto, de donde salió el informe "Nunca más". En ese equipo encabezado por el escritor Ernesto Sabato ella se desempeñó como secretaria de denuncias. "Entre los que quedamos en pie están Magdalena (Ruiz Guiñazú) y Daniel Salvador (dirigente radical y ex vicegobernador bonaerense)", enumera con su voz grave de profesora.
A Fernández Meijide la mirada retrospectiva la deposita en el presente. "Es muy difícil para mí vivir este 24 de Marzo sin pensar en Formosa", propone. También razona que proveer impunidad a quienes cometieron delitos de corrupción administrativa implica una especie de contracara del Juicio a las Juntas. "Indultar a los corruptos es justo lo opuesto a juzgar a los militares", dice. Y llama la atención acerca de que, pese al tiempo transcurrido, los criminales de los años 70 no se hayan disculpado. "Es notable que ni guerrilleros ni militares pidieran perdón: lo atribuyo a la soberbia de creer que hicieron las cosas bien", medita.
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