Cuando Romina Zanellato se dio cuenta de que no sabía quiénes habían sido las pioneras en el rock argentino sintió vergüenza y desconcierto. Cómo podía ser que ella, una periodista especializada en música, feminista, no supiera que en 1971 en la segunda edición del BA Rock una mujer había sido protagonista; una tal Gabriela, que se subió al escenario y enamoró a todxs con su voz y sus canciones. Tanto, que le pidieron otra pero no tenía más. ¿Y ese acontecimiento dónde había salido? ¿Lo había pasado por alto?
La relación de las
mujeres y el rock es una historia de amor que no siempre nos hizo bien. Es una
historia de obstáculos pero también de triunfos micropolíticos que resuenan
cada vez con más fuerza. Romina Zanellato (1984) reflejó eso en su libro Brilla
la luz para ellas. Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020,
un trabajo historiográfico riguroso publicado a fines del 2020 que cruza más de
50 entrevistas con la lectura atenta de material bibliográfico rockero e
investigaciones académicas.
“El problema en esta
escena es que el mainstream nunca apostó por una mujer”, explica Zanellato
a La Canción del País: “Todo se construyó en base al esfuerzo
personal y al renunciamiento de cada música”. En este registro de desigualdades
que hace la autora hay una construcción de genealogías que busca potenciar un
futuro más equitativo. “En absolutamente todas las historias, hay una historia
oficial y hay otra historia que no se contó”, dice ella. Un libro como el suyo
es una nueva herramienta que permite repensar y redefinir este amor, con
contradicciones pero también como protagonistas. Su propuesta discute con las
versiones dedicadas a invisibilizar la presencia de las mujeres y disidencias
sexuales en la cultura rock y los roles que ocuparon y ocupan. La linea de
tiempo que traza la autora va desde aquellas primeras mujeres que aparecen en
el universo del rock argentino —Diana (Divaga), Dana, la guia espiritual de
Arco Iris y Cristina Plate, cantante solista que participó del debut del sello
Mandioca en 1968—, la referencia
pionera de Gabriela en los setentas hasta la consagración de Marilina Bertoldi
ganando el Gardel de Oro en 2019.
¿Cómo comienza tu
camino para trazar las historias de mujeres y disidencias sexuales en el rock?
Fueron dos momentos,
el primero lo cuento en la introducción del libro. Hablando con mis amigas
después de una asamblea del 8 de marzo, una tenía una remera que decía el
Punk lo inventaron las chicas y no Inglaterra y todas empezamos a
decir "aaahh siii Pat Pietrafesa", ¿y antes de Pat… qué? Ninguna de
nosotras lo sabía. El segundo fue en el 2018 cuando Pablo Schanton, mi máximo
referente en el periodismo musical argentino, me invita a una mesa que estaba
coordinando en la Universidad Di Tella para hablar sobre mujeres y rock. Él
veía en mí algo, como parte de una nueva generación de periodistas de música
con perfil feminista, entonces me invitó. Éramos Juana Molina, Pila Jackson,
Miss Bolivia, Mavi Díaz y yo. En la charla, Juana Molina recuerda cuando escuchó
una canción de Gabriela siendo muy chica; entonces yo dije “¿de María Gabriela
Epumer?” “No, de Gabriela, la primera mujer en el rock”, respondió ella, y yo
no sabía de qué estaba hablando. Me sentí muy avergonzada y muy irresponsable
del rol que estaba ocupando. Salí de ahí completamente traumada y me obsesioné:
“¿quién es Gabriela? además, ¿Gabriela cuánto? ¿no tiene apellido? ¿cómo que no
tiene apellido? Bueno, ¿cómo la busco, voy a Google y pongo “Gabriela”? Me
resultaba imposible. Ese fue el comienzo de un capítulo muy importante de mi
vida, el de darme cuenta de que no tenía idea de nada, que había nacido ayer y
que la única educación que había tenido era la oficial.
Tapa del disco
Gabriela (1971)
¿Cómo fue el proceso
hasta conseguir la estructura de Brilla la luz para ellas?
Como si fuera una
tesis, pegué unos afiches en una pared de mi casa, hice una línea de tiempo y
puse a Gabriela en una punta. Y así se fueron sumando al lado otros nombres:
Carola, Mirtha de Filippo, Maria Rosa Yorio, Liliana Vitale. Apareció Cristina
Platé antes de Gabriela. Algunas mujeres aparecían nombradas, pero yo no sabía
bien que habían hecho, entonces estaban dando vueltas por ahí. En esa línea de
tiempo empecé a ver ciertos patrones y de a poco fui tirando de ese hilito y se
fue armando la estructura del libro. Cuando la línea de tiempo estaba más
o menos completa, lo organicé por décadas y lo dividí en dos partes: una con
los inicios y la segunda después de los ‘90, que es cuando se me vuelve
inabarcable, porque empiezan a aparecer muchas propuestas.
El libro parece atravesar distintos procesos, uno enfocado en la música, en
rastrear quiénes fueron las músicas que tocaron y que grabaron sus canciones, y
otro más complejo, vinculado a presentar a la mujer y a las disidencias
sexuales bajo distintos roles y maneras de estar en el rock.
Mi premisa era entender cuáles eran los roles de los no varones heterosexuales
cis, no solo mujeres sino también de los varones gays, de las maricas, y cómo
habitaban el rock y cómo se vinculaban con él, acercándome a estas historias
sin mis prejuicios o ideas preestablecidas. En este sentido, las primeras
mujeres con las que me encuentro que fueron relatadas por varones, son
nombradas por ellos como groupies o como musas; y yo pensaba mientras leía que
quizás esa era la única posibilidad que tenían de habitar el rock, ¿y por qué
no? Gracias a que Diana divaga salió con varios de los primeros rockeros,
probablemente había más y más amigas de ella que estaban vinculándose con
ellos y entonces podían acceder a la música, a los instrumentos, a hacer
canciones y de ahí apareció Cristina Platé. Después en los ´70,
claramente las que graban son las que son parejas de los músicos. El ejercicio
fue pensar a todas como eslabones fundamentales para que la que venga después
tuviera un poquito más de acceso que la anterior.
¿Qué fue lo que más te sorprendió y gustó de lo que encontraste?
Diana Nylon seguro, su disco El Ciudadano es increíble. Me
enamoré completamente de Mirtha Defilpo y creo que se nota en la escritura,
porque es una mujer tan inteligente, tan de otra época y tenía tanto vuelo que
no la veían y no la podían atajar, el único que la vio fue Litto Nebbia. Otra
que me flasheó y con la que pude hablar es Carola, su disco Damas Negras es
excelente, y más para los 2000 me encantó Sugar Tampax.
En este canon alternativo aparecen de manera muy clara los obstáculos que
tenían que sortear lxs artistxs para desarrollar cualquier intento de carrera
musical ¿ Que encontraste como denominador común en todas las épocas?
La mayoría, por no
decirte todas las músicas y lxs músicxs que entrevisté me dijeron que el mayor
obstáculo fueron los periodistas de rock y los medios de comunicación y las
discográficas, es decir, los dos grandes componentes del mercado. No fueron los
músicos ni el público. Eso es importante porque a mí en lo particular me
sorprendió y me dio una perspectiva muy crítica de mi entorno, de mis colegas y
de los espacios que habito. Todas me dijeron que fueron muy maltratadas,
rechazadas, burladas, ninguneadas por los medios de comunicación; también
relataban haber vivido el mito de que, por un lado, las mujeres no venden y por
otro que "una mina ya tengo", entonces no es necesario dos minas en
un sello discográfico. Creo que no hay una sola entrevistada que no me haya
contado eso.
¿Y en particular,
cuáles fueron los obstáculos de coyuntura?
En las distintas
épocas se fueron enfrentando ante distintos obstáculos. En los ’70 y ni hablar
en los 60`, la ausencia de espacios para tocar, el acceso a un estudio de
grabación era solamente a través de los músicos varones y las parejas, el
acceso a la tecnología, a los instrumentos y a la información era de dominio
completamente masculino. Después, en los 80 con la guerra de Malvinas y la alta
demanda de música en español las discográficas salen a grabar absolutamente
todo y ahí pasan otras cosas. Con la primavera democrática hay un estallido del
rock nacional que es muy rico para las mujeres y las disidencias sexuales, que
empiezan a tocar y a grabar. Sin embargo, no hay registro de las Bay Biscuit,
no hay registros de Rouge, ni hablar de registros audiovisuales de lo que sea.
A fines de los 80 el rock en español se convierte en un negocio multimillonario
y se instalan en Argentina discográficas multinacionales. Cuando viene la
guita, el reparto excluye completamente a las mujeres y eso es muy claro en los
90. El trato era así: si vos querés salir en MTV, tenés que hacer este tipo de
video y verte así y ser así, y si no querés hacerlo de esta manera, estás
invitada a vivir toda la vida en el under. Algunas aceptaron, Érica
García por ejemplo, pero evidentemente el costo fue muy alto.
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Cuando viene la guita,
el reparto excluye completamente a las mujeres y eso es muy claro en los 90. El
trato era así: si vos querés salir en MTV, tenés que hacer este tipo de video y
verte así y ser así, y si no querés hacerlo de esta manera, estás invitada a
vivir toda la vida en el under
Y respecto al under
hay muchísimas que lograron hacer carrera y que son las responsables de
que hoy tengamos la escena que tenemos, y que hicieron lo que quisieron, pero
no deja de estar lleno de obstáculos: ¿cómo grababas? ¿cómo distribuías? ¿cómo
era el Do it yourself en los 90, cuando internet no era lo que es hoy?.
Era un poco más difícil, pero existían lugares como Cemento, existían
circuitos, había público y pasaban cosas efervescentes. En los albores del 2000
internet posibilitó que el acceso al estudio de grabación y a la información
fuera más democrático, pero después del 2001 y después de Cromañón muchas
mujeres tuvieron que volver a la casa a realizar tareas de cuidado, a atravesar
la crisis en el hogar, trabajando de otras cosas que no estaban vinculadas a la
música. Entonces la música era tocar la guitarra acústica en un patio de una
casa y no mucho más, porque no se podía mucho más, un vuelco a lo íntimo. Y eso
también me parece que habilitó una nueva narrativa. Surgen otras voces como
Flopa, Rosario Bléfari que se vuelve solista y se va armando el caminito del
under autogestivo que nos lleva hasta hoy. Eso se ve en el libro “El
diario del dinero” de Blefari, ese “voy a vivir de la música, sea como sea”,
conlleva mucho sacrificio y mucha entrega. Implica una entrega de cierta
comodidad burguesa que no se pueden sostener.
Durante el 2019
cubriste el juicio a Cristian Aldana, un hecho histórico para el rock argentino
que comenzó con la viralización de relatos en los que las denunciantes contaban
los abusos que habían vivido con él. Fueron años intensos y de mucha discusión
sobre qué feminismos queremos. ¿Cómo vivís hoy esa experiencia?
Ha pasado el tiempo y
hemos complejizado la discusión, aunque también se radicalizaron muchas
posiciones. En ese momento todo estaba muy candente. Los grises eran muy
difíciles de abordar. Yo soy una feminista antipunitivista y estar frente a una
situación así te genera muchas contradicciones y mucho dolor. Fue un caso muy
importante para el rock porque se estaba dando una discusión sobre los pactos
de convivencia y de vinculación que modificaron mucho la vida de todes
para mejor, pero se trató de un momento muy confuso, donde era muy fácil
mezclar todo. El tiempo hizo un trabajo de decantación importante y en
este sentido creo que es vital separar ese caso puntual de lo que fue una
construcción, un relato colectivo de violencia conocido como
#YaNoNosCallamosMás. Es un tema sobre el que fui cambiando mi postura con el
tiempo, la fui complejizando y eso fue lo más rico para mí. Fue fundamental
poder demostrar que no eran casos aislados, sino que eran conductas que a todas
nos habían lastimado. Que se estaba rompiendo ese pacto de silencio y que no
era una persecución, sino una puesta en común de nuestras vivencias para
transformar esos pactos y esos vínculos. Ese es el valor que le encuentro hoy.
Marilina Bertoldi. Gardel de Oro 2019
Hacia la segunda parte
del libro hay una cercanía muy potente con la historia reciente, con Marilina
Bertoldi ganando el Gardel de oro y las historias de sus colegas
contemporáneas. ¿Le das mucha importancia a la documentación? Porque en el
libro hay una gran apuesta a construir acontecimiento.
Si bien soy
periodista, también estudié escritura creativa en la UNTREF, tengo una
novela publicada y me gusta mucho la literatura y el arte, además soy de
Neuquén y vivo en Buenos Aires, entonces mi vida está compartimentada. Siempre
estuve muy obsesionada con documentar los procesos creativos, registrar
lo que va pasando, lo que me va pasando. Creo que es muy importante documentar
la vida de una, lo emociona, lo perturba, todo lo que damos por sentado. Todas
esas cosas ocupan mucho espacio en mi vida y este proyecto fue como una confluencia
de esas dos cosas. También está vinculado a Latfem, el medio feminista
del que soy parte, donde todas las que lo integramos estamos muy obsesionadas
con construir memoria feminista, con registrar todas las historias donde las
mujeres y las disidencias fueron desplazadas. En absolutamente todas las
historias, hay una historia oficial y hay otra historia que no se contó. En ese
ejercicio me di cuenta de que no había registro de tantos años de creación
artística, es algo muy grave. Es importante registrar nuestra vida para ponerlo
al servicio no sólo de una misma, sino del futuro. Y creo que los feminismos y
las feministas tomamos esa responsabilidad de volver a crear la historia
con nosotras como parte de ella, porque lo fuimos. Tenemos que tomar el compromiso
de registrarnos a nosotras mismas y de registrar a les demás, a nuestrxs
compañerxs, a quienes nos rodean. Hice este libro por mí y también lo
hice por lxs demás. Ahora hay una escena que es súper rica, qué bueno sería que
las nuevas generaciones sepan que tienen esta posibilidad porque hay una
historia que les permitió ocupar el lugar que hoy ocupan.
Por Lucia Rodríguez
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