La argentina se encuentra ante un drama estructural, donde también fracasaron las ideas. Necesitamos una visión alternativa que nos vuelva a transformar en un país optimista.
LEO ACHILLI |
La Argentina carece desde
hace décadas de un patrón de crecimiento económico sostenible. Una
sociedad que se construyó sobre la base de un “optimismo existencial” se
encuentra ahora con un obstáculo que parece insalvable. Siempre el país
vivió crisis externas, verdaderos sacudones seguidos de recuperaciones
notables; un poco de responsabilidad de una economía dual y otro poco de la
falta de acuerdos institucionales que pudiesen operar como una referencia para
las reformas que los contextos indicaban.
Sin embargo, el sube y baja
económico no impidió el gran éxito social que ha sido la Argentina del Siglo
XX: la generosa incorporación de millones de personas a los circuitos de
producción y consumo y la existencia de amplias y calificadas políticas
universales fueron modelando un país cohesionado. Tal es así que a mediados de
los ’70 la pobreza era de un dígito. El optimismo no era una frivolidad;
los padres efectivamente esperaban que sus hijos alcanzaran un nivel de vida
decididamente superior al suyo.
Hasta el gran quiebre de
1975-76, el país había acumulado desde su organización constitucional, cuatro o
cinco generaciones de crecimiento, a salvo de guerras, persecuciones masivas o
pestes insuperables, con períodos recesivos cortos, lo que produjo una
población cada vez más calificada y capitalizada. Ese estado de cosas forjó una
cultura al mismo tiempo rica, demandante y conflictual. El éxito social
argentino fue sostenido por la existencia de una “sociedad salarial”, en la que
la industria y los servicios garantizaban empleos. Por supuesto que la “puja
distributiva” era dura, pero las más de las veces lo que se discutía era el
excedente de una economía productiva y próspera.
El patrón de crecimiento roto de la industrialización sustitutiva
no ha podido ser recuperado ni reemplazado.
El patrón de crecimiento
roto de la industrialización sustitutiva no ha podido ser recuperado ni
reemplazado. A diferencia de la crisis de 1929-30, cuando perdimos la
estabilidad institucional pero rápidamente reconfiguramos la economía al nuevo
contexto y recuperamos un sendero de crecimiento, desde mediados de los ’70 el
país se desenvuelve con dificultades crecientes, algunas asociadas a su propia
estructura económica, otras a malas decisiones políticas.
Desde 1975, el modelo
argentino mostró una enorme fragilidad para enfrentar shocks externos, es
decir, poder seguir funcionando bien a pesar de algún cambio negativo en
el contexto. (En 1973-75, por ejemplo, no pudo soportar el aumento de precio del
petróleo, del cual no teníamos autoabastecimiento.) Pero más concretamente
corresponde señalar que nuestras crisis financieras recurrentes se originan en
la insostenibilidad de las cuentas del sector externo. Sólo dos momentos,
muy distintos entre sí, escaparon a esa norma: la primera parte de la
convertibilidad (1991-94) y el quinquenio post default (2003-2007). Períodos de
crecimiento sostenido en fundamentos diferentes. En ambos casos, los
factores exógenos fueron determinantes.
EL PROBLEMA
Lo que quiero señalar es
que Argentina se encuentra frente a un drama estructural, no se trata de un
problema menor –o, como dicen los economistas, “en el margen”– ni ocasional, ni
que pueda asociarse a una circunstancia puntual. Concretamente esta economía
que tenemos es incapaz de proveernos un estándar de calidad de vida aceptable
al conjunto social. Esa fragilidad condiciona al sistema institucional.
La insuficiencia económica
a su vez generó, en estos más de cuarenta años, una sociedad existencialmente
pesimista. La cuestión del optimismo o el pesimismo es vital; porque la
transformación que requiere Argentina no se va a producir en un fin de semana,
y necesita un volumen de energía que hoy parece difícil de reclutar. Por eso
la Argentina debe proponerse un cambio de paradigma económico. No se trata
de “reformas”, se trata de reconstruir nuestra economía, si en verdad queremos
tener un orden social incluyente.
Esa reconstrucción está
asociada (o debería estarlo) al abandono definitivo de las visiones clásicas o
pobristas de resolución de la agenda social. La pobreza es uno de los
problemas más complejos de resolver. Creer que las reformas de corte ortodoxo
podrán automáticamente resolverla es verdaderamente dogmático. Pero
suponer que se puede resolver con sensibilidad y buen criterio en el manejo de
instrumentos de asignación de recursos es necio a la luz de los resultados que
vemos en Argentina.
Argentina debe proponerse resolver al mismo tiempo su debilidad
económica, su regresión social y su orden territorial.
Construir una economía
amplia, diversa y creativa que genere condiciones para un modelo social y
ambiental más satisfactorio, requiere de una perspectiva política, un horizonte
movilizante que alinee los esfuerzos y que coloque a los instrumentos (calidad
presupuestaria, estabilidad fiscal, mejor inserción internacional, marcos
regulatorios adecuados, etc.) en su preciso lugar de instrumentos.
Argentina debe proponerse
resolver al mismo tiempo su debilidad económica, su regresión social y su orden
territorial, y solo podrá hacerlo bajo tres condiciones: a) Identificar un
marco de acuerdos institucionales, que implique la disminución de los costos
agregados que toda transformación tiene, y una razonable distribución de los
mismos; no hay transformaciones gratuitas. b) Hacerlo con sentido de
pertenencia global y contemporánea; no hay posibilidad de transformaciones
profundas sin incorporar la agenda de la sociedad del conocimiento. c)
Revalorizar el rol social de las empresas, reivindicar la empresarialidad y el
trabajo como organizadores sociales.
UNA APROXIMACIÓN
Se trata de construir una
visión. Calificaría a nuestra democracia disponer de una visión que exceda
los discursos de coyuntura, la política de la espectacularidad y las denuncias
sistemáticas (con o sin asidero). Los problemas recurrentemente listados
–inconsistencia macro y todo lo que de ella se deriva, déficits
institucionales, limitaciones infraestructurales, etc– no podrán ser resueltos
sin una visión.
La Argentina próspera que
añoramos se fundó en visiones alineadas con los valores de su época y produjo
resultados extraordinarios. Su legado es importante, pero el mundo hoy es otro
y ya no es posible (ni útil) intentar regresar a lugares irrecuperables. El
mundo de las economías cerradas, el Estado de Bienestar clásico y la sociedad
fabril no es recuperable, como tampoco es recuperable el mundo anterior a la
crisis del ’30. Si hay algo que expresa de manera decidida el fracaso de
las élites argentinas, es el intento recurrente de volver al pasado.
Ni la necesaria
modernización del aparato estatal ni la imprescindible consolidación de una
cultura presupuestaria responsable, que son las dos grandes apuestas
incumplidas del espacio político republicano, producirán por sí mismas un país
más próspero, más justo, más atractivo. Tampoco lo hará un
distribucionismo que no ha tomado nota del agotamiento de una economía
descapitalizada y débil, con pocas cadenas de valor integradas a circuitos
globales.
El país necesita un pacto, pero no un pacto con el pasado sino un
pacto con el futuro.
El país necesita un pacto,
pero no un pacto con el pasado sino un pacto con el futuro. Hay que reconstruir
las bases de la convivencia sobre un modelo económico alternativo que genere
múltiples oportunidades, que posibilite la acumulación virtuosa, que regenere
la movilidad social, que estimule la agregación de valor, que promueva la
calificación de las personas, que se haga cargo de la agenda ambiental. La
persistencia de nuestros males no es sólo el resultado de la obstinación de los
ortodoxos, o del empate hegemónico de fuerzas sociales que vienen retrocediendo,
sino también de la ausencia de un horizonte alternativo.
Entre los grandes objetivos
enunciados arriba y la lógica política del día a día, falta un camino critico,
una reflexión transicional, un proyecto lo suficientemente audaz, integrador y
pertinente que dé sentido a los acuerdos, a los esfuerzos y a la creatividad
que hay que hacer emerger. No se trata de una idea burocrática (“ser un
país normal”) ni tampoco de una magnificencia impostada (“Argentina potencia”),
sino de trabajar para un proyecto que ayude a revertir nuestra decadencia, y
que ordene el esfuerzo de gobierno y agentes sociales.
La construcción política
tiene como sentido generar las condiciones para que las personas puedan
desarrollar sus proyectos personales del mejor modo, y posibilitar una
convivencia amable y estimulante entre los ciudadanos y
ciudadanas. Intentar construir una visión alternativa no es otra cosa que
hacerse cargo de la complejidad argentina.
Para ser eficaz, este movimiento no puede alimentarse de la
antipolitica, justamente porque lo que se necesita es un proyecto de carácter
político
A esta altura, debemos
tomar en cuenta el aprendizaje de las reformas fallidas. Sabemos que:
tenemos el Estado burocrático que tenemos, que exportamos lo que exportamos,
que nuestra sociedad prefiere ahorrar en moneda extranjera (porque recurrentes
crisis financieras han sido aleccionadoras), que los sindicatos son
generalmente refractarios a los cambios, que a muchos empresarios no les gusta
la competencia, etcétera. Lo único que puede mover ese estado de cosas es
una gran crisis (que esperemos no ocurra) o un consistente movimiento cívico
que impulse a los actores políticos a un cambio de criterio.
Para ser eficaz, este
movimiento no puede alimentarse de la antipolitica, justamente porque lo que se
necesita es un proyecto de carácter político, que permita desmontar las
resistencias al cambio mientras construye un horizonte deseable y virtuoso, en
el que la economía pueda ser soporte de un modelo social aceptable y
sostenible. Un proyecto político democrático e innovador, que responda a
nuestras deudas pasadas pero que nos conduzca al futuro, a la generación de
conocimiento y equidad.
EL PRESENTE
La pandemia agregó un
elemento problemático, sobre un escenario largamente desgastado. La crisis
sanitaria acabará en los próximos meses, al ritmo que la inmunidad dada por las
vacunas lo vaya permitiendo. Después de eso, nuevamente se enfrentarán de cara
a la opinión pública las dos posturas tradicionales de la economía argentina
(herederas de dos visiones políticas): una reclamando bajar el gasto público,
disminuir la presión fiscal, incrementar nuestra inserción internacional,
modernizar nuestra legislación laboral y estabilizar nuestras regulaciones
económicas (previsibilidad); la otra planteando ampliar la protección social,
garantizar (al menos retóricamente) nuevas prestaciones públicas/derechos e
intervenir sobre los mercados para garantizar en particular recorrido de
precios.
Las posibilidades de éxito
de cualquiera de las dos son exiguas, una porque propone sacrificios a una
sociedad desgastada, aturdida, que se siente engañada; la otra tampoco es
sostenible porque toda ampliación de derechos necesita de una economía que
funcione fluidamente para financiarlo, y eso es imposible de lograr con temor,
sin inversiones y con cambios permanentes en las reglas.
Con todo, la post-pandemia
mostrará un salto exponencial en la productividad y un mapa internacional
diverso. La Argentina debe hacer coincidir su ciclo de reformas con los cambios
globales que se avecinan. En especial tenemos que entender la ventana de
oportunidad que se nos abre si gestionamos con inteligencia nuestros recursos
naturales y construimos una adecuada “diplomacia alimentaria”.
EL PROYECTO
Argentina tiene que
proponerse el objetivo de cambiar su matriz socio-territorial para adecuarla a
la emergencia de la sociedad del conocimiento. Nuestro orden territorial
actual es reflejo de las consecuencias superpuestas del país agroexportador y
de la industrialización sustitutiva. Esa matriz combina una metrópolis de
difícil gobernabilidad con la existencia de enormes espacios sub-aprovechados.
La digitalización de la
vida cotidiana, el rol del teletrabajo, el potencial bioeconómico del país y,
sobre todo, la necesidad de recuperar el equilibrio político territorial, nos
obligan a pensar un modelo alternativo, más diverso, más federal, más enfocado
en la calidad de vida, más sostenible y más justo.
La dominancia del Gran
Buenos Aires en la política reciente es una anomalía y un fracaso, y ni siquiera
es bueno para los habitantes del Gran Buenos Aires. Los “Cien Chivilcoy”
que reclamaba Sarmiento son una necesidad aún mayor: necesitamos hoy 200
Tandiles con su economía diversificada y contexto social virtuoso.
Los “Cien Chivilcoy” que reclamaba Sarmiento son una necesidad aún
mayor: necesitamos hoy 200 Tandiles con su economía diversificada y contexto
social virtuoso.
Podemos tenerlos, solo si
como sociedad nos proponemos tenerlos. El mercado no lo hará por sí solo, pero
si le damos una oportunidad institucional y política, si instalamos una visión,
si realmente podemos conjugar un shock infraestructural, el estímulo a la
economía del conocimiento y un acuerdo político que sostenga el rumbo, podemos
hacerlo. Como en su momento lo hicimos con la inversión ferroviaria o con la
Ley 1420. Pero sin visión, la política es mera burocracia.
Si logramos que cadenas de
valor de gran impacto territorial como la foresto-industrial o la lechería
ganen inserción internacional, a su alrededor pueden crecer desde start-ups de
vanguardia hasta empresas de baja densidad en capital que nutran la vida
económica de pueblos y ciudades de altísima calidad de vida. La reconfiguración
territorial del país no es soplar y hacer botellas, pero es más fácil generar
suelo urbano y extender servicios públicos en Rio Cuarto o San Rafael o
Pergamino que en Lomas de Zamora o Berazategui.
Un programa de esta
naturaleza debe tomar en cuenta las escalas para el diseño de instrumentos,
pero sobre todo la centralidad que adquiere la constitución de una nueva base
económica: más diversa, más conocimiento intensivo y más desplegada
territorialmente. Esa base económica requiere de bienes públicos de calidad, un
orden fiscal estable y estímulos cognitivos tempranos, adecuados y
persistentes. El talento de nuestros creativos y creativas hará la diferencia.
No se trata de “descentralizar”, sino de construir una red de
información pública abierta, al servicio de un modelo de convergencia de
administraciones colaborativas.
Esta visión debe configurarse
en torno a un modelo de gobernanza multinivel que les dé a los gobiernos
locales la administración del 80 % de la agenda pública, y que transforme a la
gestión de proximidad en un lugar de mucha mayor relevancia
política. No se trata de “descentralizar”, sino de construir una red
de información pública abierta, al servicio de un modelo de convergencia de
administraciones colaborativas.
La Pampa Húmeda construyó
su prosperidad a partir de la integración temprana a de su producción
agropecuaria de excelencia a los mercados globales y un diseño institucional
adecuado para la época. Lo mismo debemos promover para cada región del país,
pensando desde una concepción moderna de territorio. El país dispone de
activos naturales, pero le faltan acuerdos institucionales; sobre todo faltan
porque se pretende acordar sin horizonte, en base a una agenda pobre.
Alfonsin nos planteó ir “al
sur, al mar, al frío”; hoy la oferta puede ser más variada. Generemos los
incentivos para que nuestras localidades de menos de 50.000 habitantes puedan
recibir teletrabajadores, dialoguemos con el mundo sindical para que pueda ver
en el teletrabajo una oportunidad y no una amenaza de precarización; dotemos a
todas las localidades de más de 100.000 habitantes de condiciones de
conectividad física de calidad (aérea o autopistas), favorezcamos la generación
de suelo urbano y la radicación de servicios sanitarios y educativos
calificados en ciudades intermedias con alto potencial de crecimiento.
Repensemos nuestras grandes
metrópolis, ayudemos desde el gobierno federal y provinciales a mejorar sus
déficits estructurales, sobre todo una transición hacia ciudades más seguras,
más accesibles y más humanas.
La globalidad post-pandémica
será diferente a como la conocimos, habrá un aumento de las migraciones
buscando seguridades y salubridad. La Argentina tiene la posibilidad de ser un
gran oferente de alimentos inocuos, trazados y garantizados, pero eso requiere
mucho más gente cerca de esos procesos poniendo inteligencia, marca, diseño,
criterio, sostenibilidad, etc. Pronto seremos 50 millones y nuestras
tendencias demográficas actuales indican que nos amesetaremos en los 55/60
millones de habitantes, lejos de los riesgos de estrés poblacional de otros
sitios del planeta.
La globalidad post-pandémica será diferente a como la conocimos,
habrá un aumento de las migraciones buscando seguridades y salubridad.
Si de verdad, sin
concesiones ni facilismos nos abocamos a un proyecto de reconfiguración
territorial, podemos ordenar la macro, generar oportunidades, transformar
nuestra fallida política social y abrir nuevos diálogos mucho más edificantes
que los actuales.
Por supuesto que, si
seguimos creyendo que transfiriendo la renta agraria hacemos justicia, o si
pensamos que un ocasional equilibrio presupuestario dará satisfacción a las
expectativas de los argentinos, no saldremos de la ciénaga de las visiones
fallidas.
Un proyecto como el que
esbozo requiere política, acuerdos, renuncias, inversión pública y talento
privado. Requiere todo eso: no se puede renunciar a ningún eslabón y ninguno
debe opacar al otro. Así como cuatro generaciones de argentinos
disfrutaron de un optimismo maravilloso, hace años que el pesimismo nos impide
aprovechar nuestro potencial. Nuestro país, que fue el destino de
perseguidos y el horizonte de creadores y emprendedores, merece de nosotros un
esfuerzo y un sentido.
Es posible un nuevo
federalismo de base local, un país en red y una integración global creativa que
nos provea de empleos e ingresos suficientes para sostener un modelo social
incluyente, institucionalmente calificado y ambientalmente
sostenible. Nuestro primer paso es abandonar definitivamente las ideas que
nos trajeron hasta aquí.
*Diputado nacional por Buenos Aires (UCR-Juntos por el Cambio). Es abogado (UBA), magister en Gestión de Ciudades (Universidad de Barcelona) y en Internacionalización del Desarrollo Local (Universitá degli Studi di Bologna).
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