Una jornada cualquiera, en una PyME argentina.
Está tibio, pensó Antonio, después del primer sorbo. Pero no lo iba a decir. Desplegó el diario con el creciente desinterés que hacía meses lo acosaba cada mañana al llegar al taller de 'servicios metalúrgicos' que había heredado de su tío.
Está tibio, dijo Nelly, desde la puerta del despacho. Con treinta años en la empresa, Nelly se adjudicaba el privilegio de la irreverencia sin culpa. El tema es la máquina: anda cuando quiere, dijo Nelly -deslindando responsabilidades. Antonio, a su vez, había desarrollado cierto sentido especial para adivinar cuando las palabras iniciales de Nelly anticipaban alguna mala noticia. Siguió hojeando el diario, casi como una imposición de la voluntad -aunque los títulos y algunas bajadas parecían ininteligibles.
La transferencia de Metal-Cross no llegó, advirtió Nelly. Sin esperar la reacción de Antonio, recorrió el resumen bancario y lo cerró con un grosero 'Estamos doscientas lucas abajo'. Llamé a Metal, y reclamé. No atiende nadie. OK; pero, en el Meridional, ya debe estar la ampliación de la autorización para girar en descubierto. La dejaron sin efecto. Acá tengo el mail: Estimado... la decisión de la institución de suspender transitoriamente todas las gestiones en trámite, etcéteras...
Antonio cerró el diario, y corrió la taza de café al centro del escritorio. Tendría que hablar con el Gordo, a pesar del fastidio insuperable que le producía el tono de su voz, la revelación de una hipocresía profesional.
-Por favor, consígame con el Gordo.
-Está bien. Se ve que a Uste le gusta que lo cuereen.
Unos meses atrás, en una situación semejante, Nelly había dicho cueren y, entonces, Antonio se detuvo a corregir la expresión y remarcar la doble e. Nelly aceptó, en silencio, la afrenta pero, a partir de allí, cada vez que cuadraba, pronunciaba cuereen con especial énfasis en la doble e.
-Gordo, campeón. ¿Qué dice, capo? Tengo un tema con el Meridional.
-Vos sólo no; dejaron de a pie una pila de clientes. Tengo cheques de
Proveedora Patagónica...
-Te la hago fácil, Antonio.
-Proveedora me va. Para vos, cero tres diario, más gastos. Mandáme foto de los
valores, te mando mensaje con el neto, me das el OK, mando la moto y a las diez
estás cubriendo. No te tomo más que a cuarenta y cinco días. Hay uno
sólo a sesenta. No puedo, Antonio; cuarenta y cinco...
Nelly había escuchado el manos libres, y movía la cabeza, como
negando con un dejo de resignación. Antonio volvió a abrir el diario, esta vez
buscando refugio en las hojas desplegadas. Nelly, mande las fotos. Está
bien, dijo Nelly en voz baja, apiadada por la crucifixión virtual que había
presenciado. Vamos a poner uno de Textil; si no, no llegamos. Pero
Textil los hace no a la orden. Igual lo hacen caminar con una cesión de
crédito. Eso sí: la tasa es el triple.
Nelly corrió a su oficina, donde el teléfono la reclamaba. Como siempre,
Antonio se detenía en las policiales. En sus tiempos de estudiante,
había escuchado a Sábato decir que esa sección del diario era
la única vital por su vecindad con la muerte, la única despojada, brutal como
la existencia real. 'Saqueaban la casa de un jubilado y, al retirarse, lo
fusilaron en su silla de ruedas'. 'Era su padrastro el violador de un menor'.
'Defraudó al Estado en cien millones, y le dan domiciliaria'.
-Le hago otro café? Si no está caliente, no se lo traigo.
-¿Quién era, Nelly?
-El abogado del estampador. Mañana, tenemos audiencia de conciliación. El tipo,
muy correcto; pero, si no arreglamos, va a pedir peritaje contable, fiscal y
todos los libros que se le ocurran. Tenemos todo en orden, ¿dónde está el
problema? Ya se lo expliqué: aunque gane el juicio, la patronal paga
todos los peritajes. Antonio se puso de pie, y estrujó el diario.
-¿Qué reclama? Trabajó horas extras, no niega que se las pagamos, pero le
dimos un recibo trucho por un monto que no aparece en el oficial.
-¡Pero él me lo pidió así! Y nosotros aceptamos, porque no queríamos
pagar más aportes. ¿No me dijo Usted que los aportes totales representan el
cuarenta y cinco por ciento del salario de bolsillo?
-Sí; se lo expliqué yo. Pero lo que hicimos está mal.
Arranquemos de nuevo el día, a ver si lo enderezamos, propuso
Nelly. Después de ver los ojos encendidos de Antonio, sentía algo parecido a la
piedad. Le voy a conseguir con el Contador, que desde hace unos días me
pide hablar con Ud y yo lo camino porque casi siempre plantea problemas.
-Quiero hablar con él; sí, páseme.
Volvió a abrir el maltratado diario, acomodó como pudo las hojas y se encontró
-sin proponérselo- en la sección economía. Se prorrogó la moratoria para las
deudas fiscales que vencieran hasta el treinta y uno de octubre. Expertos
consideran atractivas las tasas fijadas. Hasta diez años de plazo: cuándo y por
qué conviene adherirse. Acto seguido, un despliegue de varias encuestas de
opinión calificadas que, además de justificar la medida, se preguntaban si
sería la última en mucho tiempo. Antonio se había sentado a tomar una segunda
taza de café, que Nelly le había alcanzado sin esperar su consentimiento.
-Ahora está bien, pensó Antonio. Pero decidió no decírselo. Desde el
primer piso, se veían los carteles de venta o alquiler de los galpones
cercanos. El de Gutiérrez lo pusieron hace dos años; no hay
compradores, se dijo Antonio. Por un momento, le pareció que los
carteles -como un grupo discreto e implacable- habían comenzado a cercarlo con
la misma fría serenidad con que en NatGeo los leopardos se
aproximan a su presa.
-Ya mandé las fotos; le paso con el Doc, dijo Nelly, levantando la voz
desde su oficina.
-¡Hola, genio de las ciencias económicas!, saludó Antonio, con la débil
esperanza de que el elogio simpático por lo disparatado, amortiguara la
habitual tentación de su interlocutor de iniciar la charla con el anuncio de la
inminencia de una catástrofe.
-Capo, perdón; pero te lo tengo que decir... Antonio recibió la
introducción sin inmutarse.
-Mirá, es así: Nosotros pagamos la cuota 1 y 2 de la moratoria. Okey;
ahora... enero, no la pagamos.
-OK, ¿qué puede pasar?
-El lunes, como tarde, si no la pagamos, nos embargan la cuenta corriente.
Te chupan todo lo que haya depositado, las transferencias que entren, los
cheques que deposites... hasta que levantes el embargo. Todos tus cheques
emitidos vienen de culo.
-OK; para levantarlo, hay que pedir turno con el boga que promovió la medida
por AFIP, pagar los honorarios, y esperar que el banco levante el embargo con
el recibo de pago. Hay bancos que sí; otros, hasta que no tienen la
notificación oficial, te rechazan todos los cheques. ¿Estás ahí, Antonio? ¿O ya
te infartaste? Eso es lo importante; hay otros temas, pero pueden esperar.
-Dejemos los temas que pueden esperar, rogó Antonio.
-Dale. Ni bien pagás, me avisás; se despidió el profesional, interesado
en ratificar la idea de que Cometal era su preocupación
esencial.
Viene la moto con 160; uno de los valores no caminó,
porque tiene cuarenta y seis rechazados en los últimos noventa
días. Se acercó Nelly a comunicarlo, con una voz que había ya perdido la
calidez que se había impuesto apenas unos minutos antes. Antonio marcó en su
celular el número del Gordo.
-Gordo, ¿cuánto vale mi crédito?, se adelantó a preguntar Antonio,
sin siquiera esperar el saludo.
-Vale un montón, pero de esa firma ya tengo un palo, y no quiero más sopa.
Vos sos Gardel, pero yo me tengo que cuidar; y lo más importante: te tengo que
cuidar a vos.
-Está claro, se despidió Antonio, al tiempo que se reprochaba la
estúpida idea del llamado. De pronto, se abrió la ventana por la prepotencia de
un golpe de viento, y las hojas del atribulado diario buscaron una retirada
desordenada hacia la oficina de Nelly.
-Que venga Aníbal con el parte de ayer, pidió Antonio.
-Hace minutos que está esperando, respondió Nelly. -Tratélo
bien, que Aníbal es un pan de dios.
-Digamos..., asintió Antonio.
-¿Qué es esto?, preguntó Antonio, mientras repasaba unas cifras en
una planilla en papel con manchas de grasa. -El pedido de Tecno, ¿no se
hizo? Levantó la vista hacia un Aníbal sereno y desafiante.
-Hace dos meses que le vengo diciendo que la máquina hay que pararla, para
hacerle dos o tres cosas que no pueden esperar.
-Bueno, no se hacen, y ahí están las consecuencias: produce la mitad,
terminó diciendo Aníbal, sin dejar de mirar la carpeta que seguía hojeando
Antonio.
-¿Y por qué crees que no se hacen?, preguntó Antonio, avanzando
unos pasos hacia su interlocutor. -Si no facturamos ni la mitad del año
pasado, cosa que vos como capataz sabés mejor que yo... decime cómo se hace; en
una de esas, soy yo el que no entiende cómo son las cosas, Nelly dijo
a Antonio, levantando la voz. Aníbal entendió que la conversación había
terminado.
-Vamos a actualizar materiales y mano de obra de la estampadora,
propuso, y dejó que la mirada se extraviara en el movimiento de la calle.
-Todo vale igual que hace seis meses, sentenció Nelly. -Si repuestos
y materiales están presupuestados en dólares, lo único que hay que hacer es
pesificar por el promedio comprador-vendedor del oficial, completó
Nelly, con una naturalidad tan sincera como intolerable para Antonio.
-Lo único que podemos hacer, apuntó Nelly, mientras se acercaba al
escritorio donde Antonio abandonaba la idea de recomponer el diario, lo
único que podemos hacer es proponer un pago con diez cheques iguales y consecutivos
a partir del próximo mes, ajustables a su vencimiento por el valor del dólar
promedio del dia anterior más una tasa anual del doce en verdes.
-Okey, hagamóslo, repuso Antonio, recordando que, en los programas de
cable que tratan de la restauración de autos, ese era el grito de estímulo
colectivo.
En el celular, vio que tenia un audio. Era de Fran, un irresponsable divertido
cuya amistad Antonio solía frecuentar como una alternativa de bajo costo en
comparación con cualquier programa de salud mental:
-Bueno, no se te ocurra pedir lentejas a la española con chorizo colorado.
Antonio cedió caritativamente, y fue con la pregunta esperada: -¿Por qué no
lentejas?
Casi de inmediato, Fran explicaba: -Porque el bodegón de Elvio no existe
más. Si hace ocho meses que no vamos. Lo compró una cadena de comidas rápidas,
'fas fud'. Adiviná qué vamos a comer...
Fran merece un poco más de paciencia, reflexionó Antonio. -¿Qué vamos a
comer, Fran? Parecia una conversación telefónica, dada la inmediatez
con la que funcionaba el sistema.
-Vas a comer pollo frito, campeón. Dicen que sale muy bueno.
Antonio dejó que la mano -aferrada al celular- buscara el descanso del
escritorio. Creo que no, pensó Antonio. Volvió a mirar la calle,
los carteles, la mañana que se escurría suavemente -casi con ternura- entre el
tedio y la costumbre.
*De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian. En su
rol de columnista en la sección Política, explora la historia de
las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas.
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