Se cumplieron 113 años del nacimiento, en los pagos de Pergamino, de un cantor que fue un payador perseguido por Perón en la Argentina y terminó siendo Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras en Francia. Su nombre era Héctor Roberto Chavero pero pasó a la inmortalidad como Atahualpa Yupanqui, seudónimo que significa "el que vino de lejos para narrar".
Se definía a sí mismo "como un pájaro
corsario que no conoce alpiste", como uno que jamás escuchaba "las
zonceras del que vuela a lo gallina". Decía que volaba, porque nunca se
arrastraba ante nadie, menos aún ante gobiernos totalitarios
La temprana muerte de su padre, un quechua
que era domador de potros y a la vez telegrafista de ferrocarril, lo obligó a
ir a trabajar por distintos lugares del país. Sin dejar su guitarra, que era
para él como un templo donde entraba a rezar, se dedicó a las más duras faenas.
Estuvo en canteras de piedra, en obrajes,
en estancias, incluso fue arreador de ganados. También los cañaverales de
Tucumán lo vieron machete en mano, "volteando cañas maduras".
En algunos lugares vio tanta miseria que
pensó con tristeza: "Dios por aquí no pasó". En esos pobreríos donde
la vida de los patrones y de los trabajadores era tan despareja y donde
"todo era ruindad y pobreza", él se consolaba tocando la guitarra.
Únicamente cantaba para sus compañeros de infortunio, "porque lo que a
ellos les pasaba también me pasaba a mí".
Hijo de un matrimonio de criollos, a los
seis años comenzó a estudiar violín con el cura del pueblo, pero inmediatamente
se inclinó por la guitarra, de la mano del maestro Bautista Almirón. En 1913,
para unas colaboraciones literarias en el periódico escolar, elige el
pseudónimo Atahualpa, en homenaje al último soberano Inca; años después, le
agregó el Yupanqui.
En 1917, su familia se trasladó a Tucumán,
tierra que enamoró a Atahualpa y a la que le dedicaría zambas, poemas y su
famoso tema Camino del indio, que compuso a los 19 años. Durante su juventud,
recorrió gran parte de la Argentina y conoció sus costumbres y sonidos, al
trabajar en diferentes oficios sin dejar jamás la música.
Fue un enamorado del Valle Calchaquí y de
la cultura original de esa tierra, atravesó las montañas del norte argentino a
lomo de mula.
La
rebelión era su ciencia. Era rebelde por naturaleza, y pensaba que "vivir
temblándole a todo es una falsa experiencia". Por esa rebeldía, ya
temprano, a los 24 años, en 1930, participó de una revolución que estalló en La
Paz (Entre Ríos), conocida como Revolución de los Kennedy o Alzamiento
Yrigoyenista, en contra del golpe de estado de José Félix Uriburu que derrocó a
Hipólito Yrigoyen, y por lo que debió escapar al Uruguay y de allí al Brasil.
“Aunque mucho he padecido
No me engrilla la prudencia.
Es una falsa experencia
Vivir temblándole a todo.
Cada cual tiene su modo;
La rebelión es mi cencia”
Hacia fines de la década de los treinta,
realizó sus primeras grabaciones para el sello RCA Víctor, en las que incluyó
parte de su propio cancionero. En los años cuarenta, sumó a su actividad como
compositor e intérprete la de escritor y publicó el libro Piedra Sola (1941) y
la novela Cerro Bayo (1947), en la que se basó el guion de la película
Horizontes de Piedra (1956).
El prestigio de Atahualpa se consolidó,
pero, en 1945, se afilió al Partido Comunista y tomó una postura crítica contra
el gobierno de Perón, por lo cual sus actuaciones en vivo y en programas
radiales fueron prohibidas, y sus grabaciones se interrumpieron entre 1947 y
1953.
Pero no había quién no le dijera que debía
hacerle caso a su talento y probar suerte en Buenos Aires. Así lo hizo, pero en
la gran ciudad la suerte le fue esquiva y regresó a Tucumán.
A fuerza de talento, fe, constancia y
perseverancia, la fama igual le fue llegando. Y con la fama y su militancia en
el Partido Comunista también llegaron los tormentos.
Nada hubiera pasado, no lo hubieran
perseguido si se hubiera limitado a pulsar su guitarra para cantar coplas de
amor, de potros, de domadores, de sierras o de estrellas. Pero en sus coplas se
puso a opinar sobre situaciones y sobre gente sobre los cuales no se podía
opinar.
Para colmo era insobornable y se negaba a
actuar en escenarios montados por el régimen de turno. Alegaba que un cantor
debe ser libre y que no debe buscar la conveniencia "ni alistarse con los
patrones".
Les decía a los pillos y arribistas que se
le acercaban que se arreglaran con sus "payadores comprados y con sus
cantores de salón". Tal vez era una referencia a gente como Hugo del
Carril, quien le había dado su voz a la letra de la Marcha Peronista.
El autor de "El Arriero",
"El eje de mi carreta", "Luna tucumana", "La magia de
los caminos" y tantas otras leyendas musicales no le quería "cantar a
los tiranos". El tirano era Perón.
Don Ata escribió una vez que el hombre a
veces olvida las cosas que lo hicieron dichoso, pero que las angustias y los
tormentos son marcas que le duran toda la vida. Él jamás pudo olvidar la cruel
tortura a que fue sometido en una comisaría, durante el gobierno de Perón.
«En tiempos de Perón estuve varios años
sin poder trabajar en la Argentina. Me acusaban de todo, hasta del crimen de la
semana que viene. Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha
quebrado. Una vez más pusieron sobre mi mano una máquina de escribir y luego se
sentaban arriba, otros saltaban. Buscaban deshacerme la mano pero no se
percataron de un detalle: me dañaron la mano derecha y yo, para tocar la
guitarra, soy zurdo. Todavía hoy, a varios años de ese hecho, hay tonos como el
si menor que me cuesta hacerlos. Los puedo ejecutar porque uso el oficio, pero realmente me cuestan», contó Atahualpa
Yupanqui.
“Pobre nací y pobre vivo
Por eso soy delicao.
Estoy con los de mi lao
Cinchando tuitos parejos
Pa' hacer nuevo lo que es viejo
Y verlo al mundo cambiao”
(segmento del Payador Perseguido)
Tampoco se permitía la interpretación de
sus temas por otros artistas. Fue detenido y encarcelado ocho veces. Así
comenzaron sus años de retiro en la localidad de Cerro Colorado, provincia de
Córdoba, y sus viajes a Europa. En 1949, actuó en distintos países de la órbita
comunista: Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria.
En París, se vinculó con distintos
artistas e intelectuales del momento y conoció a Edith Piaf, quien lo invitó a
participar en sus conciertos, y logró seducir al público parisino. En 1950,
obtuvo el premio de la Academia Charles Cross, de París, al mejor disco
folklórico del año.
En la década de los sesenta, se consolidó
su fama internacional; Japón se rindió ante el músico y poeta; ganó en dos
oportunidades del Premio Charles Cross al mejor disco extranjero (1968 y 1969).
De allí en adelante, el reconocimiento de su propio país, América y Europa se
vio plasmado en una serie de premios y homenajes:
El escenario del Festival Folklórico de
Cosquín (el más importante de Argentina) fue bautizado con su nombre en 1972;
fue nombrado Ciudadano Ilustre en el Estado de Vera Cruz, México en 1973; fue
condecorado por el Gobierno de Venezuela en 1978; fue nombrado Presidente
Honorario de la Asociación de Trovadores de Medellín, Colombia en 1979; recibió
el Diploma de Honor del Consejo Interamericano de Música de la OEA en 1983, el
Premio Konex de Platino como autor de folklore en 1985, el Premio Caballero de
las Artes y Letras del Ministerio de Cultura de Francia en 1986; el título de
Doctor Honoris Causa en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina en 1990,
la distinción de Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 1991.
A lo largo de su carrera, tocó con
innumerables músicos y compartió créditos con grandes compositores, pero uno de
los dúos más importantes de su carrera fue el que conformó con Pablo del Cerro,
seudónimo artístico que utilizaba su esposa, Antonieta Paula Pepín Fitzpatrick,
conocida como Nenette.
Escribió más de 65 canciones, que los más
jóvenes se encargaron de popularizar: Mercedes Sosa, Alberto Cortez y Jorge
Cafrune las volvieron conocidas entre la nueva generación de folclore.
Don Ata, como era conocido cariñosamente,
falleció el 23 de mayo de 1992 en Nimes, Francia. Dos semanas después, el 7 de
junio, sus cenizas fueron entregadas a la tierra del Cerro Colorado, provincia
de Córdoba.
Por Lola Rawson para R3vu3lta
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