En el legado de Hanna Arendt (1906-1975) se encuentran las bases para repensar nuestra vida en sociedad y el rol de quienes se desenvuelven en la esfera pública.
“En un presente como el nuestro, de confusión y extravío político, en
los dirigentes y en los dirigidos, las reflexiones de Hanna Arendt pueden
ser una valiosa ayuda”, sostiene Fátima Lobo. Es así que puso
manos a la obra y durante mayo brindará un curso (ver aparte) focalizado en
rescatar, a partir del pensamiento de Arendt, el sentido más profundo y genuino
de la política. Lobo, Doctora en Filosofía y apasionada investigadora de la
obra de Arendt, habla de cómo se construye el poder ciudadano, de las
cualidades que no deben faltarles a quienes incursionan en la arena política, y
actualiza el concepto de “banalidad del mal”, siempre vigente.
- ¿Por qué debemos
leer a Hannah Arendt? ¿Qué puede aportarnos hoy?
- Es una pensadora judía-alemana de gran actualidad. Fue una
sobreviviente de la debacle política y moral del siglo XX que se dio con los
totalitarismos. Experimentó intensamente la necesidad de comprender lo sucedido
y asumió esa tarea con asombroso rigor. Se planteó las cuestiones que
normalmente eludimos o damos por supuestas: ¿qué es la política? ¿Tiene la
política todavía (es decir, después de los totalitarismos) algún sentido? ¿Qué
capacidades humanas pone en juego la política? ¿Qué relación existe entre
política y moral? ¿Qué es el poder? ¿Qué es la autoridad? ¿En qué consiste la
responsabilidad ciudadana? Los resultados de esas indagaciones son muy
valorados en el pensamiento ético-político contemporáneo. Sin embargo, Arendt
no escribió sólo para especialistas. Ella llevó a cabo una genuina búsqueda de
sentido de la vida público-política, entendiendo que esta reflexión es
necesidad fundamental de toda persona común, consciente y responsable de su
condición ciudadana.
-
Es una figura que nunca deja de interpelarnos, ¿por qué?
- Sus preguntas y su modo de proceder en busca de los sentidos perdidos
tienen aquella cualidad socrática que ella admiraba tanto: cuando leemos sus
planteos, nos pone a pensarlos con ella. En un presente como el nuestro, de
confusión y extravío político, en los dirigentes y en los dirigidos, sus
reflexiones pueden ser una valiosa ayuda: no sólo nos impulsan al pensamiento y
al juicio propio, también nos transmiten cierto sentimiento de responsabilidad
y de gratitud por el mundo y la vida compartida
- Cuando hablamos de “política”, ¿qué queremos
decir con eso?
- Designamos un tipo
de relaciones o de interacciones que se establecen exclusivamente entre los
seres humanos y con las cuales se constituye un ámbito o espacio común que dará
lugar a la vida público-política, diferenciada de la vida privada. Supone un
mundo que habitamos y poseemos en común (por eso es público) y cuya
responsabilidad compartimos. Supone también, la pluralidad como condición
esencialmente humana. El hecho de que todos los que habitamos el mundo somos
igualmente humanos, de la misma dignidad, pero todos distintos; no hay dos que
sean iguales.
- ¿Cómo se construye el poder ciudadano?
- La actividad humana
que establece estas relaciones o interacciones propiamente políticas son la
acción y el discurso (praxis y lexis), y el juicio es el tipo de pensamiento
más adecuado para conducirnos en este ámbito. Por tanto, la actividad política
funda y sostiene el espacio público (en el que rigen la pluralidad y la
publicidad; allí nunca estamos solos), y es acción concertada entre muchos en
pos de algún interés mundano común. Así, actuando en concierto, los ciudadanos
generan un poder que los capacita para intervenir activamente en el mundo
iniciando algo nuevo; incluso algo improbable o imprevisible. Para ello tiene
que darse el encuentro de los individuos en el espacio público, su libre
deliberación en torno al mundo y a la vida común, y su disposición para hacer y
sostener acuerdos. La calidad y solvencia de los acuerdos realizados será
decisiva para el devenir de la acción ciudadana.
- ¿Por ejemplo?
- Pienso en los
vecinos que se reúnen y se organizan para lograr que haya luz o cordón cuneta
en sus calles; o en el grupo de jubilados que se organiza y, contra todos los
pronósticos, logra abrir un centro para la tercera edad; o en la acción
ciudadana que logra la promulgación de una nueva ley conquistando así un nuevo
derecho. Pienso también, en tiempos de Arendt, en la acción de las comunidades
afroamericanas luchando por sus derechos civiles, o la de los ciudadanos
oponiéndose a la guerra de Vietnam. Arendt analiza con detenimiento las
fortalezas y debilidades inherentes a la acción política, reconoce su carácter
contingente y, al mismo tiempo, celebra las posibilidades de realización que
nos depara esta actividad y el ámbito público que la hace posible. En sus
palabras: “se trata de la alegría y gratificación que nacen de estar en la
compañía de nuestros iguales, de actuar en conjunto, de insertarnos en el mundo
de palabra y obra, para adquirir y sustentar nuestra identidad personal y para
empezar algo nuevo por completo”. Ahora bien, ello requiere un coraje
particular.
- ¿Qué es imprescindible y qué es inexcusable
entre quienes participan en el ámbito público político?
- En principio, el
ingreso a la vida propiamente política requiere la voluntad firme de renuncia
al uso de la fuerza o de la violencia. La política está hecha de acción y de
discurso. Los ciudadanos, en la libertad del espacio público (libertad y
paridad posibilitada por la vigencia de las leyes) conversan, hablan, hacen acuerdos
y actúan en consecuencia. Dada la pluralidad humana y la diversidad de
intereses en juego, la dinámica política resulta tan ardua como apasionante. Es
indispensable la aceptación de las reglas de juego: renuncia a la violencia,
conocimiento y sometimiento a la ley, conciencia de la responsabilidad
compartida por el espacio público y por el mundo y la vida en común.
- Hay mucho de insoslayable...
- Todo esto supone una
educación que cultive ciertas cualidades humanas (la capacidad reflexiva y
crítica, la sensibilidad estética, capacidad de diálogo, tolerancia y respeto
entre los diferentes) y que desarrolle ciertas virtudes (la moderación,
valentía, prudencia, justicia, solidaridad etc). Resulta indispensable también
algún conocimiento y cierta conciencia de la comunidad política de la que somos
parte, de su historia, de su pacto fundacional, de las opciones y compromisos
fundamentales cuyo poder vinculante se supone que llega hasta nosotros y de
nosotros pasará a los que nos siguen. Son cosas muy básicas pero fundamentales
que constituyen una verdadera ética de la vida política. Y sorprende la
facilidad con la que nos olvidamos de ellas.
- Se cumplieron 60 años del inicio del juicio
a Eichmann y del concepto de banalidad del mal que dejó Arendt. ¿Qué hemos
aprendido como comunidad global en todo este tiempo?
- Es un aniversario
digno de recordar y una buena oportunidad para leer el reporte que del juicio
nos dejó Arendt. Al leerlo, asistimos por su mediación a aquel memorable
proceso judicial. Vemos la distancia pavorosa entre la insignificancia del
criminal y la monstruosidad de sus crímenes, asistimos a la aparición del
concepto de “banalidad del mal” y, finalmente, nos deja instalada la cuestión
del juicio humano. Por un lado, resulta inevitable preguntarnos sobre esta
capacidad de discernimiento y estimación que llamamos juicio presente en cada
individuo humano; por otro, somos despertados a la necesidad de estudiar, en
tanto ciudadanos, qué es un proceso judicial, cuál es su sentido (para las
partes involucradas en cada juicio, pero también para el cuerpo político todo),
qué supone, qué preserva, qué nos exige. Son cuestiones elementales que
competen a todo ciudadano en tanto actor político, corresponsable de la vida en
común. Casi 60 años después, este reporte no ha perdido vigencia ni poder de
convocatoria.
Por Guillermo Monti/LaGAceta
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