Las experiencias pedagógicas surgidas en 2020 invitan a repensar la enseñanza como un trabajo de ensamble colectivo, abierto a la experimentación y comprometido con la inclusión, propone Mariana Maggio. Restituir la cercanía, revisar la evaluación y potenciar la colaboración son desafíos clave.
Mariana
Maggio*, doctora en Educación y directora de la Maestría en Tecnología
Educativa de la UBA, acaba de publicar Educación en pandemia: Guía de
supervivencia para docentes y familias (Paidós). Allí vuelve sobre
algunas escenas pedagógicas de 2020 reconociendo las lecciones aprendidas, y
desarrolla un marco para abordar la educación en pandemia con foco en los
cambios culturales y en la necesidad de restituir la cercanía con los
estudiantes en tiempos de distancia. Finalmente, aporta varias orientaciones
para una acción educativa que sea también un puente a la transformación
colectiva.
Maggio
comparte sus reflexiones a partir de una premisa: “Reconocer el enorme
esfuerzo que se hizo desde las políticas, desde las instituciones y,
sobre todo, desde mis colegas docentes para sostener la continuidad pedagógica
de los estudiantes en las condiciones más difíciles”.
–¿Es
este el momento de pensar reformas de fondo en educación? ¿En 2020 empezó un
movimiento de renovación pedagógica, o estamos viendo esfuerzos aislados?
–Creo
que el año pasado aprendimos mucho. Primero fue una suerte de conmoción, que
trajo muchísimo desconcierto. No nos imaginábamos los edificios escolares y de
las instituciones educativas de todos los niveles cerrados de repente. Creo que
esa conmoción trajo ciertos movimientos. El primero fue de generación
de muchos materiales. Eso trajo como efecto una suerte de saturación, en un
momento era como un “revoleo” de PDF, tareas, incluso evaluaciones. Después
vino, hacia mitad de año, el momento de la apuesta a los encuentros
sincrónicos, las videollamadas. Por supuesto, en aquellas situaciones en
las que se contaba con acceso tecnológico. Desde la perspectiva de las familias
hubo una alta demanda: “Si mis hijos estaban 4 horas en la escuela, que tengan
esa cantidad de horas de videollamadas”. Lo cual no es viable ni tiene sentido
desde una perspectiva pedagógica. Creo que hacia fin de año se fue encontrando
un mejor balance.
Cuando
uno mira ese año transcurrido, y mira lo que se aprendió en ese año, creo que
hay dos o tres cosas que vale la pena señalar. Primero, que este empujón que
nos trajo la crisis demostró que no era tan difícil usar los entornos
virtuales para la enseñanza y el aprendizaje.
Después,
una de las más destacables tiene que ver con que las y los docentes
empezaron a trabajar en fuerte colaboración. En muchos casos, por
necesidad: el que sabía más acerca de la plataforma ayudaba al que no sabía.
Las condiciones nos pusieron en una escena de poder pensar la docencia como
colaboración, y eso trae muchas posibilidades: trabajos por proyectos, trabajos
más extensos en el tiempo con articulaciones entre materias, conexiones más
fuertes de las propuestas pedagógicas con los problemas de las comunidades.
"Las condiciones nos pusieron en una escena de
poder pensar la docencia como colaboración, y eso trae muchas posibilidades:
trabajos por proyectos, articulaciones entre materias, conexiones más fuertes
con los problemas de las comunidades"
Otro
factor interesante es la alteración de ciertas condiciones. Que
hayamos empezado a tomar seriamente la priorización del currículum,
aunque esa priorización la necesitábamos antes de la pandemia. Pensar qué es lo
relevante, lo contemporáneo, y tomar decisiones de qué vamos a enseñar. Otra
cuestión tiene que ver con el espacio. Se alteró porque el edificio
se cerró. Pero está bueno en muchos sentidos estar fuera del edificio escolar.
Eso conecta con la comunidad, con el espacio público, abre muchas puertas.
A la
vez, la alteración del tiempo. El tiempo en el edificio escolar
prepandemia estaba totalmente fragmentado, con poco sentido. Es interesante
aprovechar esta situación para pensar en un redimensionamiento del tiempo para
que sea de largo plazo, flexible, para que dé mayores oportunidades de
aprendizaje en la diversidad, para que nos permita crear dentro de la escuela
en vez de repetir el saber construido.
–¿Qué
es necesario, en términos de políticas públicas y de decisiones
institucionales, para que el trabajo colectivo entre docentes pueda sostenerse
más allá de esta coyuntura?
–Por un
lado, son centrales las políticas en materia de formación docente.
Desde que los docentes en formación entran a los institutos de formación
docente o a las universidades, tenemos que poder pensar la docencia
como un lugar de cocreación, de codiseño, de experimentación a la
manera de la inteligencia colectiva que sostiene la construcción de
conocimiento contemporáneo.
Después,
creo que hay un componente fuerte que tiene que ver con lo
institucional. Ahí hay bastante replanteo en este año. Las instituciones se
dieron cuenta de que generaban mejores propuestas cuando habilitaban estos
espacios de trabajo compartido. Y ahí las posibilidades son diversas: puede ser
un trabajo por proyectos, o por áreas, inter-grados, inter-años. Las alternativas
en las que se puede plantear la colaboración entre docentes en
beneficio de prácticas de enseñanza más integradas son muchas.
Creo
que esto se puede dar en los diferentes niveles del sistema. Muchas de
las universidades de nuestro país tienen estructura de
cátedra, y eso ya tiene una matriz colectiva, aunque es cierto que en la mayor
parte de los casos es totalmente jerárquica y con decisiones muy verticales.
Creo que en la secundaria es donde más podría contribuir al
rediseño de prácticas más inclusivas, más diversas. Y en la primaria me
parece que también podría haber búsquedas interesantes en esta línea. Nosotros
hemos visto en nuestra investigación y a lo largo de nuestro recorrido escuelas
que se rediseñaron con esquemas distintos de trabajo, por ejemplo apuntaron a
tener proyectos semanales estructurados a partir de los intereses de los niños
y las niñas, escuelas que trabajan por niveles de autonomía, escuelas que
apostaron a la colaboración en proyectos entre chicos y chicas de diferentes grados.
Educación
en pandemia (Paidós) |
–¿Es
realmente la clase sincrónica la mejor propuesta que se puede ofrecer en la
virtualidad? ¿O son preferibles buenos entornos virtuales para la enseñanza
asincrónica?
–Yo
vengo trabajando desde el año pasado la idea de “ensamble“, que trata de
mirar la práctica de enseñanza como un objeto que se va creando y que va
ganando volumen en sus múltiples dimensiones. Es la mejor metáfora que encontré
para definir una propuesta que tiene que alimentarse de diferentes momentos: de
momentos sincrónicos que pueden ser muy cortos, enfocados en una reconstrucción
de lo hecho; y asincrónicos que tienen que ser pensados como colaborativos.
Porque un problema que tenemos es que la mayor parte de lo asincrónico se está
dando en la esfera de lo individual.
Después,
puede haber trabajos que tienen que ver con otras formas de sincronía,
que tal vez consisten en estar todos al mismo tiempo en un documento
compartido, o en un grupo de Whatsapp. Esa propuesta que recorre momentos
distintos, en entornos distintos, con modalidades de trabajo distintas
(individuales, grupales colectivas), es un acto de creación de las y los
docentes. Un acto que se define por los propósitos de enseñanza,
por los contenidos, y no por el carácter de las plataformas o de los entornos
que estés usando.
"Vengo trabajando desde el año pasado la idea
de ´ensamble´, que mira la práctica de enseñanza como un objeto que va ganando
volumen en sus múltiples dimensiones, una propuesta que tiene que alimentarse
de diferentes momentos"
Dicho
todo esto, creo que lo más importante es que, en el momento del ensamble en el
que estés, la experiencia valga la pena. Si estamos en un encuentro
sincrónico y en ese encuentro hay un docente explicando lo que dice el libro,
que es algo que podría poner en un video, ¿para qué es el encuentro sincrónico?
Después nos preguntamos por qué los chicos no prenden las cámaras:
porque no tienen nada para hacer en esa situación. Y porque el encuentro
sincrónico no está teniendo sentido en relación con un proceso de construcción
de conocimiento que podría ocurrir de otra manera. Yo un video lo puedo ver
cuando quiero, lo puedo ver siete veces, lo puedo intervenir de alguna manera
que me interese. Entonces, ¿por qué haríamos eso en el encuentro sincrónico?
Ahora
bien, ¿cómo hacer que el encuentro sincrónico sea una experiencia que vale la
pena? Esa es la construcción de un experimento pedagógico de
nuevo tipo en el que tenemos que animarnos a jugar. En un momento de tanto
aislamiento y tanta quietud, no puede ser que vayamos al encuentro sincrónico a
reproducir eso y estar ahí solo con la cabeza, sin el resto de nuestro cuerpo.
Esto repite la historia de la vieja televisión educativa, cuando hablábamos de
los “bustos parlantes”. ¿Cómo puede ser? Cincuenta años, después, tenemos el renacer
de los bustos parlantes. Entonces las preguntas son: en esos encuentros
sincrónicos, ¿cómo ponemos el cuerpo? ¿cómo recuperamos el movimiento? ¿cómo
creamos una experiencia que sea placentera? ¿cómo nos conectamos de una manera
profunda en términos de los vínculos? Cuando mirás los encuentros sincrónicos
que están ocurriendo, todo esto pasa muy poco.
–¿Cómo
restituir la cercanía emocional en estos tiempos de distancia?
–Cuento
nuestra experiencia en la cátedra universitaria. Lo primero es decir que
uno está cerca, que uno está disponible. Poder construir una escena
pedagógica que habla de esa cercanía, y la acompaña con evidencias. Por
ejemplo, nosotros desde el primer día tenemos lugares donde los estudiantes nos
pueden encontrar todos los días, casi a cualquier hora: los grupos de Whatsapp,
los espacios de los campus, o lo que cada uno elija. Si antes estábamos los
lunes en clase en la Facultad de Filosofía y Letras, ahora generamos propuestas
que duran toda la semana. En esa semana vamos acompañando a nuestros
estudiantes en el proceso. Leemos lo que están haciendo, ofrecemos
reconstrucciones, se las enviamos por diferentes vías. Es decir: rediseñamos la
propuesta para estar cerca todas las veces que sea necesario
para apuntalar los procesos de aprendizaje.
Y
cuando nos encontramos los lunes, en eventos sincrónicos que son en general muy
cortos, no solamente hacemos la reconstrucción de lo vivido: hablamos sobre lo
que nos pasó, sobre cómo estamos. Termina el encuentro y nos quedamos,
como si fuera el pasillo de la Facultad. Les decimos: “Terminó el encuentro,
pero si quieren, nos quedamos”. Y se quedan decenas de estudiantes, porque
tienen ganas de charlar, porque quieren volver sobre algún punto, porque
quieren contarnos cómo están o preguntarnos cómo estamos. Esos son caminos que
en este momento tenemos que explorar para poder construir esa cercanía
y sostener los vínculos. Por supuesto, hay una preocupación por el
desbalance que esto genera en términos del trabajo docente. Cambian las
condiciones del trabajo docente. Y esto es algo que también tenemos que poder
reconocer y encarar desde las políticas. Ante el cambio de las condiciones,
tiene que haber un cambio consistente en el salario.
–En el
libro mencionás que en las experiencias de 2020 hubo avances en materia de
evaluación. ¿Podés dar algún ejemplo? ¿Cuál debería ser el horizonte en este
terreno?
–Me
parece que la situación tan crítica y las condiciones tan alteradas hicieron
que pudiéramos pensar con sensatez que se podían cambiar las evaluaciones,
que se podían plantear otros tiempos, que por ejemplo se podía pensar en una
evaluación por ciclo. Esto trajo un alivio que necesitábamos antes de la
pandemia. Me parece que las prácticas evaluativas tal como se venían dando
tienen una matriz expulsiva.
En el
libro lo que planteo como hipótesis de trabajo es un abordaje de
reconocimientos. En lugar de decirle al estudiante todo lo que no sabe o
todo lo que no aprendió, poder mostrarnos mutuamente lo que estamos aprendiendo
y poder nosotros tomar decisiones en función de esas evaluaciones más sensatas,
que nos permitan ajustar las prácticas de la enseñanza. Porque si los
chicos no aprenden el problema son nuestras propuestas, no son los chicos.
"Planteo un abordaje de reconocimientos. En
lugar de decirle al estudiante todo lo que no sabe, poder mostrarnos mutuamente
lo que estamos aprendiendo, y tomar decisiones que nos permitan ajustar las
prácticas de la enseñanza"
Siento
que esta es una oportunidad para pensar en una evaluación que acompañe
los procesos de aprendizaje, que reconozca los distintos tiempos de ese
proceso, que reconozca que las condiciones en que se están dando las prácticas
de enseñanza y los procesos de aprendizaje en este momento son muy diversas, y
que la única manera que tenemos de poder reconocer los aprendizajes es darnos
tiempos distintos y esperar a que los estudiantes puedan cumplir sus procesos y
dar cuenta de lo que están aprendiendo.
Me
parece que esto no es una discusión sobre la evaluación como algo
aislado. La evaluación es una dimensión de una práctica de la enseñanza,
y lo que tenemos que lograr es que sea coherente con la práctica que estamos
llevando adelante. Si estamos hablando de cercanía, de vinculación, de
aprendizajes relevantes, de dar tiempo en esta coyuntura para que eso suceda,
entonces la evaluación tiene que estar integrada en esa matriz. De nuevo, lo
que más me importa en este momento es que sea una matriz de inclusión,
porque el riesgo que tenemos es que se queden muchos chicos y chicas
fuera del sistema. No podemos permitir que eso nos pase. Si están afuera,
hay que volver a traerlos al sistema. Y hay que trabajar como sociedad para que
el derecho a la educación se cumpla.
–En
medio de la crisis, reivindicás una mirada esperanzada. ¿En qué se funda esa
esperanza?
–Creo
que este es un momento tremendamente crítico para la humanidad. Por supuesto,
ha habido otras pandemias, pero esta es la que nos toca vivir. Me parece
que el riesgo que tenemos es que se profundicen los procesos de
expulsión. Frente a un mundo tan complejo, que se queda sin respuestas, que
se enfrenta con los límites del conocimiento construido, la escuela
tiene que volver a pensarse como un lugar de construcción de conocimiento
original. Cuando les preguntamos a los chicos y chicas, frente a las
problemáticas que los rodean y que los atraviesan, qué cosas imaginan, qué
soluciones pueden traer, generan cosas increíblemente potentes. Es un momento
de volver a pensar la escuela en esta perspectiva: nos merecemos un
mundo mejor, ¿cómo empezamos a construirlo desde cada clase?
Por Alfredo Dillón
fuente: https://agendaeducativa.org/mariana-maggio/
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*Mariana Maggio es una educadora y escritora argentina. Es autora de varias publicaciones sobre esa especialidad entre las que se cuentan: Creaciones, experiencias y horizontes inspiradores. La trama de Conectar Igualdad. y Enriquecer la enseñanza
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