“QUE SE PIERDAN MIL GOBIERNOS, PERO SE SALVEN LOS PRINCIPIOS", Hipólito Yrigoyen y su apego a la constitución por Jorge Manzitti *
Hace unos años se hilvanó un mítico
rosario de "próceres": San Martín- Rosas-Yrigoyen- Perón.
El procedimiento, trascendiendo su pelada pretensión electoralista, conjuró adhesión; impregnó la colectividad populista, consumista de lemas. De tanto repetirlo, hoy muchos creen que Yrigoyen era populista. “Miente, miente, que algo quedará”, decía Göebbels. Parecidamente Perón dijo: “En Historia, uno pone la montaña allí, y ahí se queda.” (Las Memorias del General, grabación de Tomás Eloy Martínez).
Aunque los cuatro homologados tengan
escasas afinidades, la lucha del líder radical por los desposeídos, más su
caudal electoral, volvió plausible la homologación.
De populista, Don Hipólito no tenía
más que su popularidad. Así, cuando le advertían que con su intransigencia a
pactar con “el régimen”, nunca gobernaría, respondía: “Que se pierdan mil
gobiernos, pero se salven los principios.”
Ya gobernando, cuando le preguntaban
“¿Cuál es su plataforma?”, contestaba: “Es la Constitución”. Contrástese esa
respuesta con la de un versado justicialista (diputado y estimado compañero de
banca), que preguntado ¿Quién quieres que sea el gobernador? Me dijo: “Un amigo
mío”.
Yrigoyen no manipuló la justicia ni
la prensa, legisló sin alterar derechos, no reformó la constitución; sin
reelegirse inmediatamente, propició la presidencia de Alvear. Prodigó un
sustancial patrimonio propio en campañas militantes. Y fue destituido por un
movimiento militar nacionalista, católico y fascista (atestiguado en: “Tres
revoluciones militares”, libro de Perón, minuciosamente detallista de su
complicidad).
A Yrigoyen -de raro carisma sin
oratoria- su krausismo filosófico le contagió un arcaísmo de rebuscadas
locuciones; como: “Vayamos a las efectividades conducentes” (aclaración:
Krause, discípulo de Kant, divulgaba la Ética Universal del “imperativo
categórico”). Esa influencia impregnó de ética su militancia, propagando en sus
acólitos un misticismo cuasi religioso. De ahí el trato de correligionarios
entre radicales.
Otra discrepancia: Perón decía
emular a aquel Yrigoyen no intervencionista en la primera guerra mundial,
negándose a declarar la guerra a Alemania en la segunda. La diferencia es que
Yrigoyen en el litigio proclamaba: “los países son a los países como los
hombres a los hombres”, como Kant, que proponía una Confederación Universal de
Libres Soberanías; a semejanza de la Sociedad de las Naciones. Mientras que
Perón simulaba adherir a aquella posición, pero realmente admiraba el proyecto de
Hitler.
Yrigoyen fue legatario evolucionado
de la generación del ochenta. Esa generación -educada en el Colegio del Uruguay
fundado por Urquiza– prolongaba al krausismo argentino, propiciado por Alberdi.
Así, Eduardo Wilde, escribió con esas filosofías y Victorino de la Plaza daba
clases en la UBA con manuales derivados del krausismo. En esas manos estuvo la
cultura argentina (y el gobierno) hasta fines del siglo XIX. En 1870, Sarmiento
fundó en la capital de Entre Ríos, la Escuela Normal, dirigida por el pedagogo
español José María Torres, otro krausista.
Estos integrantes de la llamada
Generación del 80, racionalistas, instauraron la enseñanza laica y el
matrimonio civil; confrontar la hegemónica iglesia católica constituyó un
valeroso progresismo. El Primer Congreso pedagógico logró la Ley 1420 (1982) e
hizo de Argentina el país más alfabetizado. Obra pedagógica, “solitaria” pero
influyente, de docentes, escritores y políticos krausistas, como se ve con
Yrigoyen.
El krausismo fue generacional:
Julián Barraquero (autor de la Constitución mendocina), Adolfo Calle e Hipólito
Yrigoyen, nacieron a mediados del siglo XIX. La constitución de Mendoza sostuvo
la participación del trabajador en las ganancias tres años antes que la de
Weimar (ícono del constitucionalismo social). Llevada a la práctica mediante la
Ley de Contratistas de Viña. La más exitosa división de la tierra, sin reforma
agraria. Esos racionalistas románticos, últimos krausistas, influyeron hasta
1930.
Esa tendencia, también de Alberdi,
mantuvo su influjo gracias a la vitalidad de su clara vocación social,
inyectada al liberalismo profesado. Dice Arturo Andrés Roig: “Esta nota
característica que llevó a postular la formulación de un liberalismo
‘solidarista’, en contra del liberalismo clásico, es paralela a la vocación
social del positivismo argentino que desembocó en el socialismo... fuerza de
sobrevivencia que extendió la vigencia de la conciencia romántica casi hasta
nuestros días... en lo político incitó a la más viva militancia. Un fuerte
eticismo, del que deriva también su interna vitalidad, impulsó una lucha con la
que se sintieron consustanciadas grandes masas de ciudadanos.”
La modernización no fue sólo de los
mencionados. También la ideología de base de gran parte de los miembros de “el
Régimen”, confirió neutralismo al Estado liberal y a la educación laica. El
krausismo, de eticismo compartido por el catolicismo y el positivismo (las
otras dos ideologías de la generación del 80), dio sus frutos.
Pero seamos justos, Yrigoyen,
inicialmente no fue precisamente pacifista, sino revolucionario. Aunque,
finalmente cambiando de estrategia, venció electoralmente al “régimen falaz y
descreído”, utilizando años antes que Ghandi su táctica de la “abstención”; lo
que desacreditó al manipulado voto “voluntario cantado”. Tanto raleó los votos
de “el régimen” al que pertenecía Sáenz Peña, que lo indujo a la sanción de la
ley de su nombre, del voto universal (masculino), secreto y obligatorio.
Lamentablemente los herederos del liberal Sáenz Peña (devenidos conservadores),
cuando perdieron la esperanza de regresar al poder, se aliaron con el fascismo
católico nacionalista, e iniciaron los golpes de estado.
Si bien es cierto que la política
petrolera de Yrigoyen exhibe preferencias macroeconómicas estatistas, respetó
la propiedad e iniciativa privada, y la prensa libre (militantemente
opositora), sin colonizar al poder judicial.
Yrigoyen no fue populista, ni lo
hubiera querido ser. Su apego a la constitución está probado. Quienes apetezcan
enmarañar su fisonomía política tildándolo de populista deben ser antiguos
conservadores (malos perdedores), o algún populista procurando cosechar
adeptos.
*El autor es Abogado
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