El día después del 10 de diciembre de 1983, teníamos la responsabilidad de responder al compromiso asumido, ese que había encumbrado a la sociedad una vez más a través del Radicalismo, de la mano de uno de sus grandes líderes, Raúl Alfonsín. La Democracia para siempre se había puesto en marcha. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de muchos no se alcanzó a optimizar la gesta, que desafiaba al oscurantismo dándole vuelo al Día Internacional de los Derechos Humanos.
Tratábamos de sanar al mismo tiempo que gobernar. Procurábamos saldar deudas sin venganza, mediante la ley y la justicia. Ensalzabamos la libertad, que había sido mancillada por el horror de una dictadura siniestra. Intentábamos restañar heridas muy profundas con una baño de democracia. La nube negra sobre nuestras espaldas se disipaba por fin y augurábamos tiempos mejores confiando en las distintas dirigencias, la propia y las de otros partidos, para encausar un país que había sido devastado. A pesar del dolor que arrastrábamos, los aires de cambio y alegría se perfilaban en toda la República. Se renovaban las instituciones que habían sido usurpadas por los agoreros golpistas. Reverdecían propuestas amplias y abarcativas, se generaban proyectos bajo el manto inclaudicable de los Derechos. La esperanza iba sustituyendo el oprobio y la grisura, a la que nos habían sometido por la fuerza de las armas y el odio.
Hoy vemos en retrospectiva, el desperdicio que se ha hecho de la nueva institucionalidad democrática que se había instaurado a partir de 1983. Discursos apócrifos. Cobardías por doquier. Farándula y liviandad en los actos de subsiguientes gobiernos. Traiciones dentro de los partidos políticos y nuevas expresiones raquíticas, incapaces de generar las respuestas que fueron demandada por una sociedad golpeada tantas veces. La corrupción enseñoreándose con la República. El desencanto de nuevas generaciones. La pobreza vergonzante rondando niveles impensables. La endeblez de pensamiento y de acción, para rescatar esos sueños, con los que llegamos imbuidos aquel 10 de diciembre.
Volvemos a estar en el día después con una democracia con liderazgos que frustran el desarrollo del país. Con decadencia política y con personas que se decepcionan luego de
colocar el voto en la urna, porque nada es como les prometieron.
Va siendo tiempo de despertar del letargo, estamos de nuevo en el día después pero 38 años más tarde con gobiernos elegidos y cuya continuidad existe. No la tiremos a la marchanta
Se hace imprescindible dar batalla. No rendirse ante los avatares provocados por quienes no están a la altura de las circunstancias que el país requiere. Se pueden construir tiempos mejores, desbrozando el camino de la mala hierba con palabras y acciones sinceras, con honestidad y coraje, cuya centralidad sea el pueblo, como nos enseñó Alfonsín.
Por Lucia Alberti
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