Algunos apuntes sobre la coyuntura que tal vez alguien que lea encuentre de utilidad. No como GPS para viajar en medio de la tormenta, pero quizás sí como registro de que hay otras personas que sienten, piensan o ven las cosas de una manera similar o emparentada. Al menos, para no sentirnos tan solos en el temporal.
Uno: la insoportable levedad de las consignas huecas.
“Malvinas nos une”, dice el slogan oficial y repiten los medios. “Malvinas nos
une”, dicen funcionarios en separados actos por Malvinas. Es que nada une lo
que no quiere o no puede estar unido. No hablo solo de la paradoja que señaló
Eduardo Galeano (la “guerra patria” que unió “a los argentinos pisadores y a
los argentinos pisados”, a torturadores y torturados, a hambreadores y a
hambreados). Me refiero a algo más torpe, más chiquito, más pobre e ilustrativo
del triste presente, y también del opaco pasado y del futuro que viene: ni
Malvinas (ni ninguna otra cosa que no sea un cálculo especulativo) pueden unir
en un mismo acto al titular del Ejecutivo nacional y a quien lo puso ahí.
Imaginar qué podría unir a las demás personas, a compatriotas que están fuera
de ese novelón y que no saben cómo pagar este mes los servicios, el alquiler,
los gastos de la escuela o la comida de esta noche, es un ejercicio literario,
tan fútil y vano como el mensaje de esas dos personas, las dos más importantes
en la institucionalidad de la Nación Argentina. Ya había pasado el 24 de marzo,
después de años de llenarse la boca con que la democracia y la memoria nos
unen. “Juegan con cosas que no tienen repuesto / y la culpa es del otro si algo
les sale mal”, cantó Joan Manuel Serrat. No hay frase que describa mejor el
tiempo presente.
Dos: la interna del Gobierno por el acuerdo con el FMI. ¿Es
una ficción? ¿Como el proyecto para repatriar capitales en el exterior y a la
vez multarlos? (¿Por qué lo harían los “fugadores”? ¿No sería como que
confesemos una falta de tránsito que nadie vio? Un bolazo). Pero, además ¿no
estaba claro entre esas dos personas, cuando hicieron el pacto que los llevó a
ser las dos más importantes en la institucionalidad de la Nación Argentina, que
para eso era? ¿No es zonzo pretender, por ejemplo, que investigara la deuda
Alberto Fernández –un empleado ejemplar del establishment de la Argentina, que
es el peronismo, aunque le guste jugar a ser la única fuerza que cuestiona ese
establishment? ¿O que denunciara ante la Corte Internacional de Justicia de La
Haya el crédito otorgado por el FMI al gobierno de Macri (algo que podría
haberse hecho, porque ese crédito se aprobó violando estatutos del Fondo, como
lo reconoció el propio Fondo)? Nunca hubiera hecho eso: el peronismo argentino
podrá haber llevado a La Haya a un país hermano, pero jamás lo haría con el
FMI.
Tres: el peronismo jamás investigará la deuda. Porque es el
establishment, pese a que conserva la capacidad de pararse siempre como algo
disruptivo, aunque sea mediante recursos estéticos. Alberto Fernández jamás lo
haría por la misma razón que los Kirchner, nunca investigaron la deuda externa.
Esperar otra cosa sería ingenuidad: el peronismo es corresponsable de la deuda.
Por eso no la investigó. El peronismo tuvo como superministro a Domingo Cavallo
(cada tanto hay que recordarlo, porque a las generaciones jóvenes solo les
cuentan del Cavallo ministro de la penosa Alianza). Y Cavallo, también hay que
recordarlo, es uno de los que estatizaron la deuda privada en 1982. (Y ahí ya
estaba Franco Macri, dato para hacer la cuenta de cuántos miles de millones
adeudados son imputables a esa familia). Pero uno puede preguntarse... ¿Por qué
no podría haber ido a La Haya en este caso, contra los 44 mil palos verdes que
el Fondo le dio a Macri, que son el problema actual, y sin meterse con lo
anterior? Alberto Fernández es tan veleta que quizás si hubiera habido presión
social o política para eso –por ejemplo, una oposición digna y con conciencia
patriótica, que forzara una consulta popular–
en una de esas lo hacía. O si se lo reclamaba un grupo interno fuerte.
La primera no existe. ¿Por qué el kirchnerismo no lo hizo? Sería interesante
que lo expliquen.
Cuatro: el pueblo argentino, siempre más sabio que sus
dirigencias. De algunas encuestas recientes surgen claros un par de datos: el
primero, que la mayoría del pueblo argentino estaba de acuerdo en arreglar con
el Fondo. Sólo el 17 por ciento opinó que el Gobierno Nacional no debería pagar
la deuda (la fuente es Poliarquía, el estudio de Eduardo Fidanza y Alejandro
Catterberg). Al mismo tiempo, una mayoría del pueblo (aún más amplia que la
anterior, más del 70 por ciento) opinó que habría que investigar la deuda de
Macri (la fuente es Proyección, de Manuel Zunino). Al parecer, había consenso
social para que el Gobierno acordara con el FMI, y a la vez para ir a La Haya a
cuestionar la deuda contraída por el Gobierno anterior. Pero en nuestra
democracia renga no hay lugar para que estos temas sean discutidos por la
ciudadanía, ni siquiera existe una vocación de conocer lo que piensa la
comunidad. La democracia, nuestra democracia renga, sigue siendo un ámbito
donde las personas no deliberan ni deciden sino por medio de sus (supuestos)
representantes, como dice el anacrónico artículo de la Constitución, redactado
169 años atrás, cuando los dirigentes de la época creían (y lo escribían) que
la mayoría de las personas eran imbéciles. Estas encuestas (y otras) muestran
otra vez que el pueblo es más sabio que sus dirigencias, que piensan como en
1853. Por eso todas coinciden en que en este tipo de cosas (y en cualquier
otra, en realidad) el pueblo no tiene derecho a opinar y mucho menos a decidir.
Cinco: guerras de verdad, guerras de mentira. La guerra
contra la inflación, anunciada por el Presidente como un Cantinflas de la
política argenta, se convirtió en rey de los memes en lo que va de 2022 en la
Argentina. La guerra en serio, la de Ucrania invadida por Rusia, es solo una de
las muchas que suceden ahora mismo en diferentes lugares del planeta. En el
Asia, Yemen, Myanmar (lo que antes llamábamos Birmania), Afganistán, Siria,
entre otras. En el África: Malí, Etiopía, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo y
Mozambique, son otros puntos donde hay conflictos armados. Ninguno es en
Europa. El viejo continente –esa señora rapaz y cínica que alguna vez exportó
colonialismo, supremacía blanca y esclavitud a todo el resto del planeta, y hoy
se nos presenta como una jovencita amable y respetuosa que nos habla de
derechos humanos, pero en otro lado, acá no vengas– está en vilo por escenas
que creía desterradas desde la Segunda Guerra Mundial (como si las matanzas
tras la disolución de Yugoslavia hubieran ocurrido en otro lado). A nadie en
Occidente le da lo mismo si una guerra ocurre en Malí (que hay que googlear
para saber adónde queda) que, en cualquier lugar de Europa, aún si se trata de
ciudades de nombre impronunciable como Dniepropetrovsk, cuna del gran César
Tiempo, uno entre varios argentinos ilustres emparentados con Ucrania:
“¡Yo nací en Dniepropetrovsk! / No me importan los desaires
/ con que me trate la suerte. / ¡Argentino hasta la muerte! / Yo nací en
Dniepropetrovsk”, bromeó César Tiempo (su verdadero nombre era Israel Zeitlin)
parafraseando la célebre estrofa de Carlos Guido Spano.
Seis: Grietas para
tirar para arriba. ¡Con qué facilidad entramos todes en las grietas que nos
inventan! Y eso a pesar de que cada vez es más evidente que las grietas
conceptuales son artefactos truchos, una escenografía que se monta y se desarma
a gusto de los poderes. Así, por ejemplo, Bullrich o Milei (que son del mismo
palo ideológico que Putin) se muestran con banderitas de Ucrania en el
Congreso. Y parte de la descendencia argenta de Lenin (quien defendió la
autonomía ucraniana) están sin embargo cerca de Putin, quien en cambio tiene
clarísimo que está en las antípodas de Lenin. Pero en una sociedad eurocentrada
como la nuestra (no estamos escribiendo en swahili ni en chino ¿no?) no hay
manera de que se reaccione del mismo modo si una potencia invade a su vecino en
Europa, que, en el Cuerno de África, o si los afectados son los uigures, que ni
idea de quién diablos son (hasta el corrector automático, que me ofrece
“yogures”). Mi padre, Pablo, era hijo de dos ucranianos: Jacob nacido en Kiev y
Basia nacida en Dniepropetrovsk. Conozco por tradición familiar, las
atrocidades de mandamases rusos (zaristas, por entonces) en contra del pueblo
ucraniano, así como el amor de éste por Lenin. Por suerte muchas personas en el
mundo no metemos a todos en la misma bolsa, y celebramos que no todos los rusos
sean Putin ni todos los ingleses Boris Johnson, ni todos los israelíes
genocidas ni todos los palestinos terroristas. Sabemos que la OTAN ha realizado
o encubierto atrocidades y que es un brazo poderoso del sistema vigente, una
herramienta de una de las potencias que disputan la hegemonía mundial (Estados
Unidos) ante el avance de otras como Rusia o China. Sabemos que hay potencias
imperiales. ¿Y? ¿Por eso dejaremos de expresarnos a favor y en defensa de los
pueblos agredidos o amenazados por cualquiera de ellas, o de sus aliados
menores?
Siete: la falacia “Tu Quoque”. Me dice un amigo enojado con
la prioridad informativa dada a Ucrania: “Horribles cosas pasan a diario en
Irak, Siria, Palestina, Afganistán, etcétera. Pero eso no lo muestran”. Es
cierto. Hay gente que solo se espanta por Ucrania y jamás por Myanmar o
Palestina. También hay gente que se acuerda de los horrores diarios en Irak,
Siria, Palestina, Afganistán, etcétera, ¡solo cuando les hablan de Ucrania! El
argumento de mentar otras agresiones de potencias no es otra cosa que la
conocida falacia “Tu Quoque”: “vos también” en latín. Es, en esencia, rechazar
un argumento porque se aplica también a quien lo propone. “La OTAN o los EEUU
no pueden cuestionar lo de Ucrania porque ellos han agredido a otras naciones”.
Sí. Pero a quienes lo esgrimen no parece importarles que su interlocutor no es
el titular de la OTAN o Joe Biden, sino un amigo que como máximo habrá matado
mosquitos en verano. (También se puede volver en contra de quien la esgrime:
“¿Por qué te importa tanto Yemen, Somalia o Palestina, y no decís una palabra
del Tíbet o los uigures?”). La falacia debería desactivarse al explicar que a
uno no le importa quién es peor, si la OTAN, los yanquis o los rusos, sino cuál
es la opción correcta: invadir o no el país que sea. Pero no es fácil, para
nada. Hagan la prueba y verán. Igual, a no hacerse mala sangre: toda esa
efervescencia dura semanas, a lo sumo unos meses. Luego cantaremos “Pasó de
moda Ucrania, como todo, viste vos / Como tanta otra tristeza a la que te
acostumbrás...”. Y nos encanta sentirnos ciudadanos o ciudadanas del mundo,
pero dentro del Abya Yala, la verdad es que tampoco interesa lo que pasa con
los Qom, con los Yanomami o los Yuar. Ah, pero sobre el Donbass de repente lo
sabemos todo (a propósito, si no la vieron recomiendo “El último bosque”, en
Netflix, sobre los Yanomami y su lucha contra la minería que los amenaza).
Ocho: ¿De dónde salió la simpatía hacia Putin de gente “de
izquierda” o “antiimperialista”? Un par de años atrás fui a ver el monólogo de
“Un rubio peronista” (muy divertido, en serio) y en un momento mencionó a
Putin. Parte del auditorio (repleto de “militantes”) ovacionó la mención. Me
quedé pasmado. ¿Qué les atrae de ese tipo que lidera la mafiocracia capitalista
en la que derivó Rusia al caer la URSS? Un homófobo, autoritario, cínico,
apoyado en la Iglesia Ortodoxa y en una oligarquía nacida de la peor mezcla de
ex comunistas (burócratas y jerarcas, como el mismo Putin, convertidos en
versiones capitalistas de Al Capone, pero infinitamente más peligrosos, porque
controlan una potencia nuclear). Si algo faltaba para terminar de definir su
perfil, es este Putin anexionista, enemigo del federalismo (eso es lo que le
cuestiona a Lenin, a quien considera un idiota que les dio autonomía a regiones
que para él son súbditas de la Gran Rusia que quiere reconstruir). ¿Qué más le
falta a Putin para ser el perfecto icono de la derecha más retrógrada? ¿Qué
miran los que lo miran con simpatía? Es un misterio para mí. ¿Será que creen
que por haber sido de la KGB o por el mero hecho de ser ruso, es “comunista”?
Nueve: el cipayismo es simétrico. Con el nombre de “cipayo” se conocía a nativos de la India reclutados al servicio del poder colonial inglés. De ahí surgió una acepción despectiva para referirse a quienes, siendo nacidos en un país sojuzgado, se identifican con los intereses de los opresores. En la Argentina, el nacionalismo popular y la llamada “izquierda nacional” (Jauretche, Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos) generalizaron el uso del adjetivo. Pero no solo aquí: el diccionario de la Real Academia Española pone como segunda acepción “secuaz a sueldo”. Pero el cipayismo es un estado mental (sostengo), y se puede ser cipayo de diferentes metrópolis, no siempre de una sola. Hay una simetría que he captado hace rato y que me llena de perplejidad: los cipayos proyanquis se creen demócratas, mientras sus admirados EEUU invaden países para llevarles “democracia”. Y son tan cipayos que no ven contradictorio su entusiasmo con los EEUU. En cambio, los cipayos prorrusos se creen de izquierda, mientras su admirada Rusia invade un país vecino para “descomunistizarlo” (no es broma mía, es uno de los argumentos de Putin). Y son tan cipayos que no ven contradictorio su entusiasmo con ese mandón. Por suerte, desde lo más profundo de la historia nuestra, tenemos la tercera posición del Gobierno, que básicamente consiste en “le digo a cada uno lo que más le guste escuchar”, por lo menos hasta que esa estrategia de porteño cheronca estalle en mil pedazos (cosa que cada vez parece más cercana, al menos en el seno del propio Frente “De Todos”).
Diez y final: Mairena y César Tiempo. Dice Juan de Mairena,
ese encantador profesor de gimnasia y filosofía inventado por Antonio Machado:
“Algún día –decía mi maestro– se acabarán las guerras entre naciones. Dará fin
de ellas la táctica oblicua de las luchas de clase, cuando los preparados a
pelear de frente tengan que pelear de frente y de costado”. ¡Qué lindo sería! Y
dice César Tiempo, ese enorme intelectual argentino de origen ucraniano,
peronista y judío (tres razones que quizás explican por qué nadie lo recuerda
demasiado): “Contra la voluntad de dominio de los gigantes que pretenden
parcelar a la humanidad, imponer una sola visión del mundo y la misma horrorosa
voluntad de nivelación, se alza nuestra tierra como el último baluarte de la
libertad de conciencia, de respeto a la individualidad creadora, de rechazo
incontrastable a las codicias del imperialismo”. Ojalá cada persona en la
Argentina y en el mundo que sienta esa frase como propia también lo haga saber.
Fuente
https://www.facebook.com/search/top?q=am%C3%A9rico%20yuarman
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