Es una lástima tener un país donde se haya perdido una y otra vez la memoria. La Reforma Universitaria, que tiene 104 años de lucha en la Argentina, fue el traslado a la Universidad del vendaval radical que con Hipólito Yrigoyen construyó la democracia en la Argentina. Sin embargo, el reformismo fue desechado por los gobiernos nacionales una y otra vez, para que vinieran los radicales nuevamente a darle vida. El peronismo lo desterró entre 1943-1955 y entre 1973-1976, y tampoco lo aceptaron las dictaduras militares del Proceso y la Revolución Argentina. A partir de Raúl Alfonsín la reforma universitaria estuvo vigente en el país, cualquiera fuera el color del gobierno. Alfonsín restauró ese sueño radical de la universidad cogobernada, plural. Nadie puede arrebatarnos ese sueño.
La reforma fue, una y otra vez, la piedra sobre la que se sustentaban las libertades estudiantiles, frente a las noches del pensamiento que, una y otra vez, buscan volver.
Hipólito Yrigoyen validó ese movimiento reformista que fue faro de América, y se construyó un modelo de universidad autónoma, con cogobierno de los docentes, graduados y estudiantes, contra una universidad de pensamiento único, en su tiempo basado en el clericalismo, aunque pueden variar los dioses de esa forma de no pensar. El kirchnerismo es la última versión del pensamiento único, pero, esta forma de enseñar es recurrente, no es exclusiva del peronismo, ni de los clericales o los militares, sino común a todos ellos.
Si algo significa la Universidad reformista es la aceptación de que el discurso único es desterrado, y es la gran tentación, frente a los clarividentes que tienen todas las soluciones, implica aceptar diversidad de razonamientos, y a las certezas anteponer las dudas.
El movimiento reformista que condujo la Universidad a partir de 1918 fue destrozado en una larga noche que comenzó por esas cosas que dan vergüenza ajena: una solicitada. El 15 de octubre de 1943 una serie de personalidades encabezadas por Bernardo Houssay firmaron una solicitada apoyando a la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial, y el Gobierno del 4 de junio entró en cólera, dispuso que todos los firmantes de la solicitada fueran cesanteados de los cargos en la administración pública y las universidades. La Universidad de Buenos Aires era dirigida por Carlos Saavedra Lamas, y la de La Plata por Alfredo Palacios, ambos se negaron a entregar las listas de los profesores a cesantear y ambas universidades fueron intervenidas. Tras la intervención fue expulsado Bernardo Houssay y por solidaridad con él renunció Alejandro Leloir. La universidad fue entregada por el ministro Gustavo Martínez Zuviría (un conocido fascista que firmaba como Hugo Wast) a la militancia afín que luego se amoldó al discurso reaccionario del peronismo pleno del año 1946.
La reforma perdió una batalla, pero continuó en las organizaciones reformistas que pese a todas las medidas represivas (certificados policiales de buena conducta, detenciones arbitrarias, clausura de los centros de estudiantes, expulsiones, pérdida de becas) mantuvo su ideal. Otro futuro premio Nobel -César Milstein- se contaba entre sus militantes más activos y solía enviar su adhesión a los actos que hacían hace veinte años, los reformistas de aquellos tiempos, organizados por Emilio Gibaja y recordaban su estancia a cargo del Estado en unidades penitenciarias.
Luego volvió por diez años el reformismo -entre 1956 y 1966- dando a la universidad de Buenos Aires una era de oro, donde reformistas y humanistas disputaban en las urnas, en cada claustro y facultad el voto, y votando elegían y cambiaban las conducciones de las facultades y universidades.
La noche de los bastones largos, fue el fin de esa era de oro, y nuevamente los docentes fueron expulsados masivamente, fue también el reflejo de un golpe de Estado, aquel que derrocó a Arturo Illia y que disolvió los partidos políticos, puso candado al pensamiento en las universidades.
El peronismo setentista entendió que la reforma no valía la pena y pasó de los rectores filo-montos -esa versión cool del fascismo criollo- a los fascistas clásicos como Alberto Ottalagano sin sonrojarse.
La última dictadura cambió el nombre de los interventores y agudizó la represión al movimiento estudiantil, con el horror de más muertes, y desaparecidos.
Esa noche duró hasta que Raúl Alfonsín gana las elecciones en 1983 y restaura con una nueva camada reformista - ya de color morado e identificada claramente con el radicalismo- la reforma universitaria.
Cuando me uní a la Franja Morada en 1983 pude disfrutar el amanecer de la democracia, éramos un puñado de jóvenes en un mundo hostil, me tocó participar a mí y a muchos de los que me leen en días inolvidables de luchas universitarias.
El reformismo volvió a ser el mecanismo de gobierno de la Universidad con Alfonsín. En sus primeros cien días dio plena legalidad a los centros de estudiantes, eliminó los aranceles, los cupos para ingresar a la universidad, y casi todas las trabas al ingreso, repuso a los docentes con concursos desplazados por la dictadura (generalmente peronistas isabelinos y aliados), se revisaron los concursos docentes de la dictadura y encaró una normalización que terminó con la designación de un rector por cogobierno universitario. Tuve el orgullo de votar en la Asamblea universitaria a Oscar Shuberoff como rector de la UBA, ese día la democracia entró de lleno en la Universidad para no irse más.
A partir de allí la Universidad fue gobernada por el sistema diseñado por los reformistas, y la Federación Universitaria Argentina fue siempre conducida por ellos.
Desde hace veinte años conviven agrupaciones reformistas no partidarias (aunque ligadas al radicalismo) como Nuevo Espacio que retomaron el carácter no partidario de las agrupaciones estudiantiles vigente antes de 1966, y en otras facultades los reformistas se identifican claramente con los radicales o socialistas, pero que en su conjunto el reformismo (naranja o morado) conduce el movimiento estudiantil.
Era claro que si perdíamos las elecciones en 1983 no hubiera habido reforma universitaria, ni esa primavera democrática que generó Alfonsín la hubiera hecho Luder con sus amigos. Durante años nos dedicamos a sembrar libertades, a buscar que la gente pensara -nos guste o no lo que piense-, y a modernizar un poco esa sociedad. No logramos todo lo que queríamos, pero, creo que lo que logramos hizo que valiera la pena el esfuerzo.
David Pandolfi
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