Hubo que esperar tres denuncias de particulares para la actuación judicial. Típico: ningún fiscal se había interesado en investigar la “licitación a medida” que el área de Energía de Cristina Kirchner “direccionó” para el grupo Techint, según señaló un ministro (Matías Kulfas). Más típico: echaron a ese funcionario por delatar un delito y no por la presunta corruptela en el nonato gasoducto Néstor Kirchner. Otro añadido: la Vice y su hijo Máximo se indignaron por la forma en que Kulfas planteó su inicial denuncia (se sirvió de un off the record) y no por el contenido de la misma.
Más datos: al Presidente “no le gustó” lo que hizo su ministro de Producción, no considera que sea un eventual aporte a la transparencia de su gobierno. Raro. Aunque un hombre de su confianza, el flamante recién llegado a dirigir la Inteligencia del Estado (AFI), Agustín Rossi, calificó al dimitente Kulfas como “un gran ministro”. Se supone que Rossi y Alberto se reúnen todas las mañanas para coincidir y comprender lo que ocurre en el país. Tal vez son deberes de Estado que no se cumplen.
Se abrió la carnicería
Son varias las confusiones por el episodio, ya denominado
Kulfas en La Cámpora como el “ruso malo”. En rigor, esas diferencias provienen
de antaño: el renunciante era entrañable confidente de Iván Heyn, aquel
economista muerto en Montevideo, quien no comulgaba con los criterios
económicos de Axel Kicillof. Controversias habituales que le costaba entender a
Máximo Kirchner, quien debido a su amistad con Heyn bautizó a su hijo como
Iván. Kulfas siguió siempre lejos de la muchachada cristinista, separación más
intensa cuando le arrebataron Energía del Ministerio que encabezaba. No lo
dejaban entrar ni para espiar. Cuestión de cajas y prevalencia de la Vice por
un área plagada de súbditos.
Inaudito, sin embargo, fue que se disparara a sí misma
cuando —en el aniversario de YPF— aludió a un sospechoso favoritismo del
Presidente por Techint, sea por la provisión de tubos como por la más
importante obra de enterrarlos. Le puso el ojo crítico a una cena en Olivos a
la que no fue invitada (Alberto, Rocca, Guzmán y Betnaza), seguramente influida
por su asesor Kicillof, quien durante un par de temporadas participó en el
directorio de Techint como delegado estatal. Siempre lo recuerdan en la empresa
como un gran colaboracionista.
La ácida observación de la dama apuntó también contra la
gestión del “ruso malo”. Y este, harto y malhumorado por la persecución,
respondió en subido tono para irse del gobierno con una carta larguísima
ubicando a su ortopédica jefa espiritual en el lado oscuro del gobierno junto a
su compañía de adeptos. Para colmo, contribuyó Elisa Carrió al recibirse de
Milei en su reprobación a la “casta”: dijo que, salvo ella —quien rechazó una
millonada—, el resto de la política argentina recibió plata de Techint. Se
supone que alguien se sentirá agraviado por esa acusación, sea peronista,
radical o de otra vertiente.
También la compañía privada que debe soportar estos episodios como un chaparrón adicional a sus últimos tropiezos con cuadernos, arrepentidos, Venezuela y otros gasoductos. Está claro que las explicaciones técnicas no alcanzan, tampoco la disertación de Rocca, quien alegó inocencia en una cumbre de colegas. Lamentable además que una multinacional sea reputada como experta en cuestiones de Estado. Menos la beneficia que una parte del periodismo manifieste su aprendizaje veloz en caños, laminados y producción siderúrgica. Justo los que no saben siquiera que el gas es inodoro, incoloro e insípido como el agua. Aunque no lo parezca.
Cristina perdió el punch: no pudo someter al
"paquete" Alberto Fernández
Extraño también que la salida de Kulfas fuera interpretada
como un triunfo de Cristina sobre Alberto. Es cierto que empujó para sacarlo al
ministro, pero este ya le había rasgado en público una membrana que ella se
obstinaba en preservar intacta, llamada probidad. Tampoco intervino en su
reemplazo, ni evaluaron a alguien suyo: así no se gana en política. Sí hubo una
intentona con Massa, quien para dejar Diputados exige más poder y un cambio
cualitativo en Economía: un superministerio de la Producción, con Energía y
quizás Economía adentro. No hubo acuerdo y, debido a cierto malestar de Massa
—quien propinó la frase “te voy a dejar solo si no cambias”, de acuerdo a oídos
de la Casa Rosada—, Alberto le pidió que lo acompañara a Los Ángeles para el
encuentro de las Américas.
Otra tarea: Massa cree que habrá de morigerar los mensajes
de Alberto en sus críticas a los Estados Unidos y evitar que hable más para
Cristina que para Jose Biden. Recordar que hace una quincena, el Presidente
sostuvo que “no se iba a callar más” en su inesperada pugna con el Norte,
anticipándose como portavoz de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Jamás preciso lo
que, parece, tiene atragantado. Por otra parte, quienes viven del mundo social
les interesaba saber si Fabiola y Alberto irían a la fiesta que un amigo de
Cristina, el productor Sulichin (con Oliver Stone hacedores de documentales a
favor de Evo Morales y Vladimir Putin), justo piensa dar en estos días de
concentración latinoamericana. Estar en Hollywood, tener invitación y no
concurrir parece un desafío a la no pertenencia del primer mundo, al miedo de
lo que digan los medios en la Argentina, país outlet o de segunda selección.
Como Menem, ahora Alberto puede y quiere: difícil que se atrape en saraos.
También para la sucesión se consideró a la panic girl
Todesca, razonablemente evasiva y al eterno De Mendiguren por sus locuaces
apariciones por tv. Ninguno cuajó, el Presidente se definió por el hombre
celofán, Daniel Scioli, quien le responde más a él que a ella y desde hace dos
meses se encuentra en la búsqueda de una ubicación en el gobierno. Ya casi no
viajaba a Brasil, el lugar de su embajada, de donde regresa el lunes para jurar
y contagiar sus bríos a favor de la producción. Ingresa con la misma pretensión
del actual y poco convocado jefe de Gabinete (Manzur), con la expectativa de
heredar en el futuro al deshilachado Alberto.
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