El nunca más Cañadense, La historia de Analia Ribaudo. Una historia poco conocida, otra historia más de las atrocidades realizadas por la dictadura cívico-militar que vivió la Argentina entre 1976 y 1983.
Analia Ribaudo |
Nuestro pueblo cañadense tiene una extensa lista de hombres y mujeres que fueron detenidos, torturados, perseguidos, secuestrados y asesinados. Y en aquella investigación que comencé en el año 2016 pensé que había concluido cuando publiqué este Nunca Más Cañadense.
Hacia finales del año 2021 me encontré con una familiar de Analía, una hija de Cañada de Gómez que hace muchos años vive en Córdoba y que, por casualidad, también fue docente de la Universidad Siglo 21 donde egresé como Procurador y aún sigo cursando mi carrera de Abogacía cuando los tiempos de la vida me lo permite.
En esta nueva crónica histórica vamos a conocer la vida de Analía Inés Ribaudo, quién fue víctima del genocidio de Videla y compañía por defender en este caso no una idea política, sino por defender a sus amistades.
Analía nació el 15 de noviembre de 1953 en la Clínica de los Cagnín, aquella que estaba ubicada en Ocampo al 500 donde hoy se encuentra el Hotel Genga. Sus padres eran Ángel Ribaudo e Inés Cagnín y su hermano mayor es Norberto. Su parto estuvo a cargo de la recordada Rosa Motter, su abuela, pionera de las parteras de la ciudad.
Su familia estaba marcada por la cultura, el deporte y la participación social. Su tío José fue un ilustre escritor, deportista dedicado al boxeo donde obtuvo el torneo Guantes de Oro de la Revista El Gráfico en la década del treinta y un defensor de los derechos de los púgiles argentinos. Su tía Leticia es la madre de Roberto Garín, otro protagonista de esta trágica historia de nuestro país, y una destacada docente de la Escuela Manuel Belgrano. De esa etapa de su niñez Analía recuerda que…
«Por línea materna fui la menor de ocho nietos que tuvo mi abuela Rosa. De todos los hermanos, las tres mujeres y el varón habían tenido una pareja, un varón y nena como hijos… y yo siendo la menor en una época en la que los títulos nobiliarios no estaban de moda me convertí por obra de mis primos en la princesita de la familia, tanto que hasta el día de hoy me siguen diciendo Prince. Por lo tanto, los recuerdos que tengo de mi infancia son felices, son buenos. También tengo recuerdos de mí misma en esa infancia, ese ser la princesita me llevaba de brazo en brazo, de beso en beso cuando nos reuníamos toda la familia. Era disfrutar de un cariño y un amor permanente, fue una época de mi vida muy hermosa, no solo de mi micro cultura familiar de mi familia pequeña, sino era disfrutar del amor de mis primos, tíos, tías, etc.»
La salud de Analía siempre le jugó una mala pasada en su vida, y de eso manifiesta que «paralelamente a eso no me acompañaba mi salud, si bien lo valioso fue estar rodeada de amor permanente debo decir honestamente que, desde muy chiquitita el blanco y el negro, lo bueno y lo malo convivían en mi con toda naturalidad. Todo lo que maravillaba a mi familia sucedía en paralelo a ciertas debilidades en mi salud, entonces en mis recuerdos se mixturan momentos de felicidad plena y otros de tristeza, de miedo, de angustia… Recuerdo que tenía un amor muy profundo por el Dr. Altube que era médico de niños, pediatra y recuerdo verlo llegar a mi casa en horarios insólitos».
Su amor a la provincia de Córdoba lo heredó de su padre, que era cordobés. Ella siempre sintió que tenía las raíces divididas porque amaba los dos lugares y disfrutaba mucho también de los encuentros con la familia de su papá, en cada viaje a Córdoba y sus reuniones con sus primos paternos donde volvía a repetirse esa historia de ser la menor de todos, donde el mayor de ellos era médico y muy compinche de su padre. Finalizando esa etapa, Analía remarca que sus problemas de salud no le impidieron disfrutar de esa maravillosa nube de amor que la envolvía.
Esos problemas de salud que tanto marcaron a Analía, empeoraron cuando a los 8 años contrajo una tos convulsa que le originó una micro hemorragia cerebral en el lóbulo frontotemporal izquierdo y convivió con eso a lo largo de su vida.
Analía de niña, en el salón de la Sociedad Suiza |
Comenzó la primaria en el Colegio San Antonio de Padua hasta quinto grado. Lamentablemente debió dejar esa institución a raíz de las innumerables faltas que le ocasionaba su tratamiento médico y la falta de empatía de las docentes de ese tiempo que la obligaron a emigrar a la Escuela Normal Juan Francisco Seguí, donde no sólo terminó la primaria sino la secundaria con el título de bachiller.
Desde muy joven, en su adolescencia, comenzó a tener una fuerte inclinación hacia las materias y asignaturas sociales, lo que la llevó a elegir la carrera de psicología en la Universidad Nacional de Rosario y al igual que su madre, conoció a un cordobés, que se enamoró de él y con un proyecto de familia se fue a vivir a Córdoba. Ese proyecto caducó, no se llevó adelante, pero decidió quedarse en la ciudad mediterránea, finalizando la carrera en la Universidad de allí.
Videla y Menéndez, dos de los genocidas de la dictadura cívico-militar |
La provincia de Córdoba fue unos de los epicentros más crueles donde el terrorismo de Estado tuvo su desarrollo más espantoso. Los secuestros y desapariciones se venían llevando tiempo antes del 24 de marzo de 1976, cuando el Gral. Luciano Benjamín Menéndez asume en el III Cuerpo del Ejército en septiembre del año 1975 bajo el interinato de Italo Argentino Lúder en la presidencia de la Nación. Quién se hizo cargo de la gobernación a partir del día del golpe y hasta el 7 de abril fue el Gral. José Vaquero siendo reemplazado por el Gral. Carlos Bernardo Chasseing. Todos ellos tuvieron bajo su mando varios centros clandestinos de detención como «La Perla», «Casa de Hidráulica» o «Embudo», «Malagueño», «La Ribera», el Hospital Militar de Córdoba, entre otros.
Esta historia se centra en lo sucedido en Campo de La Ribera, por este centro clandestino pasaron alrededor de 4000 personas, algunas de las cuales aún hoy permanecen desaparecidas.
En el año 1977 Analía Ribaudo cursaba en la Escuela de Psicología perteneciente a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional. Ella no tenía militancia política, pero si había brindado ayuda a algunos de los chicos que estaban a cargo del centro de estudiantes de su carrera, permitiéndoles que hicieran un par de reuniones en su casa, donde convivía con una compañera y amiga que estudiaba abogacía. La noche del 23 de junio del ’77 era un miércoles, y Analía nos relata ese momento…
«Lo recuerdo bien porque mi compañera trabajaba en el Banco Social de Córdoba, era un día en que se hacía la lotería de Córdoba, que dependía del mismo y ella tenía que quedarse hasta que terminara de sortearse la lotería. Ella llega a casa muy cansada, yo estaba con mucha fiebre, para ese entonces ya se me habían hecho problemas con mi riñón derecho se había desnivelado lo cual me provocaba cólicos, había adelgazado lo cual causaba un mal funcionamiento de ese riñón, entonces Marilyn, mi amiga me dice: “podemos llamar a un médico o a uno de los chicos que eran unos amigos nuestros que vivían a la vuelta”. En ese momento sentimos el timbre, Marilyn va, voy yo detrás de ella porque me parecía raro eran como las doce de la noche, preguntamos “¿quién es?”, nos dicen “la policía”, entonces Marilyn me mira habrá pasado algo en el barrio no sé, abrimos y cuando lo hicimos se abalanzaron sobre nosotras, no sé cuántas personas, poniéndome una venda en los ojos, a punta de itaca, porque no eran pistolas no eran revólveres, nos llevaron y nos tiraron, nos revolearon, así como a una cosa en la cama. Yo con una itaca apoyada en la sien y otra en el tórax, sentía que estaban dando vuelta la casa. Yo les preguntaba “¿quiénes son? ¿qué buscan?” y me contestaron “somos caperucita roja y estamos buscando al lobo”, Marilyn, supongo estaba en la misma situación yo no podía verla porque estaba vendada. No era la policía, eran los militares, rompieron todo lo que pudieron buscando no sé qué. Se llevaron álbumes de fotos, algunos libros, todas mis joyas que eran bastante, porque cuando yo cumplí quince años había recibido muchos regalos en oro, de todo eso lo que más lamenté fue un regalo que me había dado mi padrino y que había sido un gran esfuerzo para él. Nos llevan a un lugar que en un principio por supuesto no reconocíamos y esa noche nos dejan tiradas en un rincón a las dos. Al día siguiente nos cambian de lugar, de habitación y vamos a un espacio donde había muchas otras personas y nos tiran sobre un colchón».
Analía no sospechaba lo que iba a suceder desde ese momento. Una joven estudiante, sin militancia política iba a pasar los peores días de su vida, tan sólo por cuidar a sus amistades. Un relato que nos pone la piel de gallina, que nos duele el pecho escucharla, donde hasta sus silencios nos describe las calamidades que estos asesinos hicieron con ella y con una generación entera de argentinos y argentinas.
«Esa noche nos buscan y tanto yo como mi compañera fuimos terriblemente torturadas. Marilyn fue ahogada en tachos, le tomaban el pulso hasta que veían que resistía y yo particularmente esa noche, soporté la picana sobre una cama como si fuera una cama turca pero en lugar de ser de madera era de un material como de lata, filosa que al recibir las descargas eléctricas hacía que el cuerpo se retorciera para todos lados, o sea que terminé con toda la espalda y la parte de atrás de mi cuerpo cortada desde la cabeza hasta los talones y la parte de adelante del cuerpo quemada por la picana, sangrando tanto de un lado como de otro. Fue la picana, fueron golpes y durante una semana eso se repitió… Tortura, abusos, y todo lo que pueda imaginarse el que escuche este relato, todas las noches. El abuso, la tortura, el ir más allá con los golpes, el buscar hacer el mayor daño posible, por ejemplo, me decían a mi “¿te duele el riñón?, bueno ahora te va a doler más” y golpearme justamente en la zona en que más me dolía. La primera noche me separan de Marilyn y me llevan de vuelta a ese lugar donde estaban los colchones y me tiran al lado de una chica, su nombre era Susana. Me habían hecho poner la ropa nuevamente, porque me habían sacado en piyama de mi casa, me habían tirado un pantalón, un buzo y un tapado y botas, pero me los habían hecho poner nuevamente. Ahí me saco el tapado, el buzo y el pantalón y me quedo solamente con el piyama porque no soportaba tanto roce. Recuerdo bien que era un piyama verde, un pantalón suelto y la parte de arriba cerraba como un kimono. Esta chica Susana sintió que yo me quejaba y se levantó un poco la venda y me vio, recuerdo bien sus palabras: “ay Dios mío, mejor morir que pasar por esto”, lo repitió en el juicio de la Megacausa de La Perla que también abarcó La Ribera. Pase por los simulacros de fusilamiento y después de siete días de esa picadora de carne se detuvieron… El capitán, que se hacía llamar Capitán Villegas, su nombre real era Aldo Carlos Cecchi se suicidó, yo digo entre comillas, o lo suicidaron, un día antes de que comenzara el juicio de la Megacausa aquí en Córdoba.
» Después de una mañana de abusos conmigo, me había hecho sacar toda la ropa, me dijo “bueno ahora camina” y tuve que caminar de espaldas a él. En un momento escucho que el saca la pistola, debo aclarar que estar sin ver durante tres meses agudiza los otros sentidos, yo escucho el movimiento ese y con más razón escucho cuando el amartilla su arma, entonces me di vuelta me levante la venda y lo miré a los ojos y le dije que si me iba a matar me matara mirándome a los ojos para que no se olvidara de mí y de que estaba matando a un ser humano sin ninguna razón y que cada vez que sentara a su mesa con su familia en su casa, recordara esto que seguramente se lo había hecho a otras personas. Guardó el arma, se enfureció y me tomo del pelo con muchísima fuerza, la fuerza que les daba la impunidad, el horror y la forma en la que habían sido preparados, tomada del pelo me sacudía y me estrellaba contra la pared, una y otra vez… después me dejo tirada y le dijo a un gendarme, que eran los que hacían la guardia, “ocúpense de ella”. Cosas como estas y muchas más nos tocó atravesar. Pueden imaginar todo tipo de crueldades, al día de hoy en La Ribera todavía están los ganchos donde éramos colgados de las manos, atados para los simulacros de fusilamiento. Hemos escuchado morir a gente al lado nuestro. Y también más allá de la tortura y del abuso físico, estaba la tortura moral, psicológica…Constantemente te decía que “desde que nosotros te chupamos nadie se afuera quiere saber nada con vos, tus padres te niegan, tu familia te detesta, tus amigos no quieren volver a verte, sos para todo el mundo una lacra” ... Y yo recuerdo haberles dicho que no les creía una palabra de eso, lo que me costó un cachetazo y sangrando mi nariz por ese cachetazo les dije “no les creo nada porque mi corazón siente que mi hermano me está buscando”.
» Y así era, era el corazón que estaba latiendo del lado de la vida para que el mío siguiera latiendo del lado de la muerte. Sobreviví a esto porque pensaba en Sebastián, mi sobrino al que desde el primer día amé profundamente. Creé la fantasía de que tenía que seguir viviendo porque si yo no vivía Sebastián no iba a poder crecer, mi ricitos de oro sin mí, sin que yo le canté las canciones de cuna y todas esas cosas a las que estábamos acostumbrados, no iba a poder crecer. Entonces fue como una lucecita que fue alumbrando mi camino de vuelta a la vida».
Casi noventa días después de aquel secuestro, Analía y su amiga consiguen quedar libres. Volvieron a nacer en un mundo que era oscuro, cruel, siniestro y que aún dudaba de lo que ocurría en las sombras del poder. Aquel 16 de septiembre cuando junto a su amiga Marilyn salieron de Campo La Ribera, recuerda que
«Desde que salimos se hizo largo porque estaba esperando que algunas cosas cicatrizaran en mi cuerpo. De todas formas, algunas marcas quedaron en mi cuerpo. Nunca lograron doblegarme en el sentido de que yo perdiera noción de mi identidad. Cada día que me despertaba yo me repetía: “mi nombre es Analía Inés Ribaudo soy estudiante de psicología y voy a salir de aquí con vida”. Amarrada a la vida de esa manera creo que fue que logré mi objetivo. Ese 16 de septiembre nuestra primera percepción fue que nos sacaban para matarnos porque había llovido nos levantaron en brazos y nos llevaron a un auto, nos subieron a las dos en la parte de atrás y nos dijeron que cuando nos fuéramos a bajar nos teníamos que sacar la venda y dejarla en el piso del auto. Arrancaron, hablaban entre ellos, eran el Capitán Villegas y otro que se hacía llamar Carlos y le decían El Turco. Cuando ellos se bajaron nosotras teníamos la sensación de que estaban decidiendo entre vida o muerte. Yo le digo a Marilyn, “trata de reconocer en qué lugar estamos y cuando te saques la venda ponerla en el bolsillo no la dejes en el auto”, nos hicieron bajar en una esquina de Parque Sarmiento, detrás del zoológico, Villegas me tomo del pelo y me dijo: “pendeja de mierda como me equivoque con vos, te callas y no contás una palabra de lo que viste y viviste porque si no voy a matar a toda tu familia y a vos al final para que veas cómo lo hago, y voy a empezar por el pendejo ese que vos querés tanto”, se refería a Sebastián. A Marilyn también le dijo lo mismo, que se callara y Marilyn le dijo: “si me vas a matar bueno y sino devolvedme el trabajo porque con eso sostengo a mi madre y a mi hermano”.
» Nos dijeron que empezáramos a caminar y que no nos diésemos vuelta hasta que dejáramos de escuchar el ruido del motor del auto. Nos tomamos de la mano, nos despedimos porque estábamos esperando la bala en la espalda. Yo lo único que pensaba era que mi familia no iba a saber nunca la verdad y que se iban a quedar con un dolor muy profundo. Pero el auto arranco y se empezó a sentir que se iban hasta que en un momento el auto para y sentíamos que Villegas nos llamaba y ahí empezó el terror porque Marilyn me decía. “no te des vuelta, no te des vuelta porque van a decir que los enfrentamos y que entonces nos tuvieron que matar”. No nos dimos vuelta, Villegas corrió hacia nosotros y nos puso dinero en la mano y dijo, “que pelotudas que son como van a llegar a su casa, tomen para el colectivo”. Se volvió al auto arrancaron de nuevo y se fueron. Cuando estuvimos seguras de que se habían ido, creo que como ninjas voladores atravesamos el Parque para llegar a la Av. Sabattini, iluminada y con gente, y tener de una vez por todas, la certeza de que ya no éramos ni muertos ni vivos, desaparecidos como dijo Videla, sino que estábamos de vuelta en el mundo de los vivos».
Todo fue distinto para Analía, al poco tiempo de quedar en libertad, su entonces novio cortó la relación. Vivió dos años en su Cañada de Gómez y al tiempo retornó a Córdoba, donde conoció a Alejandro, un hombre que había quedado viudo con dos hijos, Gabriel y Yanina. Formaron pareja y empezó a cubrir ese espacio de madre que los niños habían perdido por el destino. De ese amor nacieron tres hijas, Alina, Sabrina y Nadia. La vida le siguió golpeando duro a Analía, y Gabriel su único hijo varón falleció a causa de una enfermedad en el sur de Argentina. Hoy disfruta de sus dos nietas con los que suele pasar el tiempo de jubilada después de una amplia trayectoria como docente en las escuelas y facultades cordobesas.
Analía Ribaudo, en su etapa como docente junto a una alumna y un colega |
Sobre esa etapa de su vida, ella nos cuenta que…
» Más de una vez me cuestioné que no sabía si era bueno vivir o no vivir, había que dar explicaciones, había que tranquilizar a los que estaban cerca y en un momento me di cuenta de que por suerte no era la misma, que era más fuerte y que en ese transitar para recuperar mi equilibrio estaba creciendo. Me llevo mucho tiempo procesar todo lo vivido en ese lugar tan oscuro, pase por todos los estados, todas las sensaciones. Mi padre estaba enfermo, pero tuve la suerte de que antes de morir pudiera acompañarme en su fortaleza increíble con su palabra, sus valores, su amor también el amor de mi madre por supuesto, pero la sabiduría de mi padre hizo que me quedara con un valioso legado intangible, con un valioso legado… Durante veinte años yo no pude pronunciar acerca de mi secuestro, de mi desaparición, las torturas, los abusos a los que fui sometida, hoy puedo hablar y puedo dar testimonio de todo lo que paso.
» Mi vida transcurrió no sé si normalmente, no sé qué es lo normal o lo no normal, pero pude construir una familia pude volver a la universidad, terminar mis proyectos, pude ir de a poco en pos de lo que quería. Yo siempre tuve en claro que la vida académica era lo que me convocaba en una palabra y al poco tiempo de terminar con esa deuda pendiente de mi carrera, de perfeccionarme en algunas cosas, de aumentar mi conocimiento fui convocada para ser docente en la Universidad Siglo XXI, al año de haberse creado para ser exacta, y formar parte de su equipo de investigación, también por el colegio universitario IES que precedió a la Universidad Siglo XXI en su creación.
» Hice de mi vida realmente lo que quería hacer, disfrute mucho mi trabajo en la universidad, disfruté estar en contacto con los jóvenes, poder contarles esa parte de la historia que parece que no fuera importante, darme cuenta de que los alumnos que llegaban a la universidad querían saber “profe usted sabe algo de la dictadura porque en el colegio nos lo cuentan como al pasar”. Durante mucho tiempo escuche a muchas personas decir que había que olvidarlo, entonces debería olvidarse que San Martin cruzo los Andes y de que Belgrano creó la bandera. ¡Es parte de nuestra historia! Nosotros no somos víctimas, toda nuestra sociedad argentina fue víctima.
» Mi sensación hoy es que cada uno de nosotros, de los que fuimos protagonistas directos, lo vivió en su carne y en su psiquis y estamos marcados para siempre, como toda persona que ha formado parte de una guerra terrible donde hubo víctimas inocentes, chivos expiatorios, personas utilizadas con intereses de alguien, familias que sufrieron, saldo espantoso de un conflicto donde en pos de no sé qué, quienes participaron de ella, del terrorismo de estado, se sintieron dueños de la vida y del universo.
» Yo en este momento estoy escribiendo un libro no para detallar los hechos sino para decirle a quienes no descubrieron su fuerza interior, que se puede con muchas cosas en esta vida que se puede volver de la muerte misma esa muerte ritual que nos desintegra que se puede recuperar la humanidad, aunque el ser haya sido modificado, yo recupere mi humanidad y admito que mi ser fue modificado. Pero lo que seamos depende de nosotros de la capacidad de reconvertir las experiencias… Yo volví al campo de la Ribera cuando se abrió como Centro de Memoria, yo entiendo que el Museo de Memoria tanto de la Ribera como en Buenos Aires y en todos los lugares donde hubo centros clandestinos de detención, poder visitarlos hoy es como un símbolo del triunfo de la vida y es honrar a los sobrevivientes y a los que ya no están, a todos los que de un modo u otro fueron víctimas de aquella despiadada guerra, es honrar a la sociedad toda porque se trató de un proceso social e histórico que involucró a todos los argentinos».
Megacausa La Perla, donde Analía fue una de las testigos |
Analía Ribaudo fue testigo en la causa Pérez Esquivel y en la Megacausa La Perla. El 25 de agosto de 2016 se dictó sentencia de ésta última, y concurrió con una de sus cuatro hijas, y de esa jornada describe que «no fue poca la emoción que sentí cuando veía venir gente acercarse a los tribunales federales, gente de todos lados que estaba defendiendo el derecho a la vida, el reclamo de Madre, de Abuelas, el dolor de los sobrevivientes porque lo crean o no cuando se ha pasado por un centro clandestino siempre se queda pensando por qué yo pude salir y los otros no pudieron. Tuve la suerte de que por el hecho de empezar a estudiar antropología hace unos años me contacté con una persona del Museo de Memoria del Cabildo Histórico de Córdoba. Habían encontrado los libros de la comisaría 7ma de Alta Córdoba, donde yo vivía, en otra dependencia tirados en un rincón y allí encontraron la denuncia que habían hecho mi madre y mi hermano, eso puso en blanco el agujero negro que tenía mi vida en esos tres meses que pase en Campo de la Ribera».
Así finalizamos otro capítulo más de esta historia, que hace seis años titulé el Nunca Más Cañadense. En aquel momento pensé que había terminado, pero la vida cada día nos enseña más de ese pasado que ciertos sectores del país pretenden olvidar y muchos de nosotros aferrados a la vida queremos que siga latente en la memoria de muchas generaciones, presentes y futuras.
Su hija Sabrina publicó el 26 de agosto de 2016, un día después de la sentencia algo que a Analía aún hoy en día emociona…
«Siento que he tenido el privilegio de estar a tu lado acompañándote en cada acto de valentía, aquellos que te devolvieron una parte de tu vida. En mi memoria estará grabado por siempre aquel día en Campo La Ribera. Entraste segura, a paso firme, con la convicción de que ese acto de valentía te llevaría a la sanación. Mirabas cada esquina, con cara de sorprendida y a la vez recordando cada espacio con una lucidez increíble. Después vino el momento en que te reencontraste con una de tus compañeras de cautiverio, Cristina. Tampoco olvidaré su mirada cuando le dijiste “soy Analia” y ese abrazo que vino después… Ese abrazo que significó, no pudieron con nosotras, acá estamos, vivas. Y como si eso fuese poco, cada una de ustedes con su hija al lado, casi como un testimonio de vida ante tanta muerte…»
Alberto Ortiz, fue otro testigo de aquella jornada en que Analía y Cristina se abrazaron en La Ribera, con su cámara pudo filmar ese momento. Días posteriores, le escribió a Cristina unas palabras que pongo como cierre a esta crónica, ¡¡¡en la cual seguimos reclamando un NUNCA MÁS y 30000 presentes y ahora y siempre!!!
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