Los libros prolongan la vida. No hace mucho me entretenía imaginándome aquellos progenitores nuestros que hablaban de sus esclavos adiestrados en trazar caracteres cuneiformes como si fueran modernas computadoras.

El filósofo, semiólogo, ensayista y novelista Umberto Eco (Alessandria, 1932-2016) es uno de los escritores italianos más destacados del siglo xx, y uno de los más atendidos y leídos en el mundo. Además de sus muy difundidas novelas ‘El nombre de la rosa’ y ‘El péndulo de Foucault’ es autor, entre otros títulos, del no menos conocido ensayo ‘Apocalípticos e integrados’, así como de ‘Obra abierta y Confesiones de un joven novelista’.


No hace mucho me entretenía imaginándome aquellos progenitores nuestros que hablaban de sus esclavos adiestrados en trazar caracteres cuneiformes como si fueran modernas computadoras. Me entretenía, pero no bromeaba.


Cuando hoy leemos artículos preocupados por el porvenir de la inteligencia humana frente a nuevas máquinas que se aprestan a sustituir nuestra memoria, advertimos un aire de familia. Quién entiende algo del tema se conoce pronto el pasaje del Fedro platónico, citado innumerables veces en el que el faraón pregunta con preocupación al dios Toth, inventor de la escritura, si este diabólico dispositivo no hará al hombre incapaz de recordar y por lo tanto de pensar.

La misma reacción quién vio por primera vez una rueda. Habrá pensado que nos olvidaríamos de caminar.  Acaso los hombres de aquel tiempo estaban más dotados que nosotros para realizar maratones en los desiertos o en las estepas, pero morían antes y hoy serian dados de baja en el primer distrito militar. Con esto no quiero decir que, por esta razón, no nos debemos preocupar de nada y que tendremos una bella y sana humanidad habituada a merendar sobre la hierba de Chernóbil; si acaso, la escritura nos ha dado más hábiles para comprender cuándo debemos detenernos y quién no sabe detenerse es analfabeto, aunque vaya en cuatro ruedas.


El malestar que producen las nuevas formas de captar la memoria se ha producido siempre. Frente a los libros impresos en mal papel que daba la idea de que no resistirían más de 500 o 600 años, y con la idea de que aquello podría ya estar en manos de todos, como la Biblia de Lutero, los primeros compradores gastaban una fortuna para hacer miniar a mano las iniciales, para, gracias a ello tener la impresión de poseer a un manuscrito de pergamino. Hoy estos incunables miniados cuestan un ojo de la cara pero la verdad es que los libros impresos sean necesidades en ser miniados ¿Qué hemos ganado? ¿Qué ha ganado el hombre con la invención de la escritura la imprenta las memorias electrónicas?

En una ocasión, Valentino Bompiani, hizo circular una frase “Un hombre que lee vale por dos” Dicha por un editor podría ser entendida solo como un slogan feliz, pero pienso qué significa que la escritura (en general el lenguaje) prolonga la vida. Desde los tiempos en que la especie comenzaba emitir sus primeros sonidos significativos y las familias y las tribus necesitaron de los viejos. Quizá primero no servían y eran desechados cuando ya no eran eficaces para la caza. Pero con el lenguaje los viejos se han convertido en la memoria de la especie: se sentaban en la caverna alrededor del fuego lo que había sucedido (o se decía que había sucedido, esta es la función de los mitos) antes de que los jóvenes hubieran nacido.  Antes de que comenzará a cultivar esta memoria social el hombre nacía sin experiencia, no tenía tiempo       para forjársela y Moria. Después un joven de veinte años era como si hubiese vivido 5,000. Los hechos ocurridos antes de que el naciera y lo que había aprendido de los ancianos pasaban a formar parte de su memoria.

Hoy los libros son nuestros viejos. No nos damos cuenta, pero nuestras riquezas respecto al analfabeto (o del alfabeto que no lee) consiste en que él está viviendo y vivirás solo su vida hemos vivido muchísimas. Recordamos junto a nuestros juegos de infancia, los de Proust, sufrimos por nuestro amor, pero también por el de Píramo y Tisbe, asimilamos algo de la sabiduría de Solón: no se han estremecido ciertas noches de viento en Santa Elena, y nos repetimos junto con la fábula qué nos ha contado la abuela, la qué había contado Sheherezade.

Esto podrá dar a alguien de impresión de que, no bien nacemos, somos ya insoportablemente ancianos. Pero es más decrépito el analfabeto (de origen o de retorno) que padece de arterioesclerosis desde niño y no recuerda (porque no sabe) que ocurrió en los idus de Marzo.  Naturalmente también podríamos recordar mentiras, pero leer ayuda también a discriminar.

El libro es un seguro de vida, una pequeña anticipación de inmortalidad. Hacia atrás (¡ay!) más bien que hacia adelante. Pero no se puede tener todo y al instante


 por Humberto Eco 

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