“Nunca más”, el best seller que no hubiéramos querido tener y su papel en el juicio de “Argentina, 1985″. El libro lleva vendidos 500.000 ejemplares y fue clave para la acusación del fiscal Strassera. Graciela Fernández Meijide y Ricardo Gil Lavedra, protagonistas de esos días históricos, reconstruyen la elaboración y la importancia del informe.
Por Julieta Roffo
¿Cuánto habrá ensayado Ricardo Darín para pronunciar el
alegato final en el que el fiscal Julio César Strassera pidió la condena de las
Juntas Militares? ¿Le habrá dado piel de gallina la primera vez que lo leyó
entero en el guión de Argentina, 1985, que este jueves se estrena en (algunos)
cines argentinos? ¿Qué habrá pasado en el set después de que grabaran la escena
que finalmente quedó en la película? ¿Qué nos va a pasar a nosotros cuando pase
eso que sabemos que va a pasar, que es que Darín hecho Strassera va a decir “señores
jueces: nunca más”?
Ricardo Darín interpreta al fiscal Strassera, acompañado de Peter Lanzani en el rol de Luis Moreno Ocampo. |
Era 18 de septiembre de 1985. Los seis jueces de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal escuchaban y los nueve comandantes de las tres Juntas Militares que habían encabezado la dictadura más sangrienta de la Argentina -y que eran juzgados en ese proceso-, también. Julio César Strassera dijo “señores jueces: nunca más” queriendo decir una sola cosa: que ninguno de los hechos que habían descripto los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención o los familiares de los desaparecidos ante ese tribunal podía repetirse. Que sobre el consenso de que esos hechos -que la Justicia consideró crímenes de lesa humanidad- no debían repetirse se refundaría la democracia argentina.
Justo antes de la frase que haría de su alegato un instante
inolvidable de la historia de este país, Strassera dijo otra cosa: “Quiero
renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta
requisitoria. Quiero utilizar una frase que ya no me pertenece, porque
pertenece ya a todo el pueblo argentino”. La acusación que encabezaba Strassera
era, en sus palabras, una exigencia colectiva. Todo el pueblo argentino, decía
el fiscal, se encolumnaba detrás de su “nunca más”.
Raúl Alfonsín y Julio César Strassera, fiscal del juicio en el que se condenó a nueve comandantes de las Juntas Militares. |
No usó cualquier frase Julio Strassera para darles pie a los
jueces a que, con la información recolectada durante una investigación hecha
contrarreloj y con los pocos oficiales de Justicia que se animaron a participar
de la causa, dictaran su sentencia. Se apoyó, no sólo desde el lenguaje sino
sobre todo como fuente documental, en el Nunca Más, que fue el nombre que la
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) había dado al
informe que elaboró por orden del presidente Raúl Alfonsín. Cuentan que el
responsable de bautizarlo fue el rabino Marshall Meyer, integrante de la
comisión: “Nunca más”, les dijo el rabino a sus compañeros, era la expresión de
los sobrevivientes del Gueto de Varsovia para repudiar la ferocidad nazi.
Un dato para intentar ilustrar algo de ese consenso
colectivo que Strassera pronunció ante el tribunal: ese día de septiembre de
1985 el Nunca más: informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición
de Personas llevaba diez meses editado como libro y más de 200.000 ejemplares vendidos.
Entre noviembre de 1984, cuando Eudeba lo puso por primera vez en la calle con
una tirada de 40.000 ejemplares y en abril del año siguiente hubo diez
reimpresiones. Son cifras astronómicas para cualquier título incluso en los
ochenta, cuando las ventas eran considerablemente más altas que ahora.
Pero la contundencia del Nunca más no radicaba en sus
ventas, que sí reflejaban el interés masivo por tener acceso al informe. La
contundencia del Nunca más está en todo lo que documenta: un primer registro
sobre 8.961 personas desaparecidas y 380 centros clandestinos de detención,
acompañado de una advertencia. “Es inevitablemente una lista abierta”,
detallaba el informe, y seguía: “Muchas desapariciones no habían sido
denunciadas, por carecer la víctima de familiares, por preferir estos mantener
reservas o por vivir en localidades muy alejadas de centros urbanos”.
Genealogía del descenso a los infiernos
“Los operativos de secuestro manifestaban la precisa
organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en
plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las
fuerzas de seguridad que ordenaban ‘zona libre’ a las comisarías
correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa,
comandos armados rodeaban la manzana y entraban por la fuerza, aterrorizaban a
padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos,
se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban
y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto del
comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable. De ahí se
partía hacia el antro en cuya puerta podía haber inscriptas las mismas palabras
que Dante leyó en los portales del infierno: ‘Abandonad toda esperanza, los que
entráis’”, dice el prólogo el prólogo que la Conadep le dio al Nunca más en
1984.
El informe final que se volvió libro fue el resultado de una
investigación compilada en más de 50.000 páginas por la comisión presidida por
Ernesto Sabato y convocada por Alfonsín para que se documentaran los crímenes
cometidos durante la dictadura de cara a su juzgamiento en tribunales civiles.
Alfonsín había creado esa comisión cinco días después de
asumir el Poder Ejecutivo y tras derogar la ley de autoamnistía que las cúpulas
militares habían sancionado en su favor. “No puede haber manto de olvido.
Ninguna sociedad puede iniciar una etapa sobre una claudicación ética
semejante”, dijo el Presidente en ese momento.
La Conadep tenía 180 días para recolectar testimonios y
denuncias que sirvieran para juzgar los crímenes de la dictadura en tanto plan
sistemático de acción, y no como “excesos” de algunos de sus integrantes, que
era la manera en la que los altos mandos de las Fuerzas Armadas solían
calificar las torturas y desapariciones a medida que se hacían públicas. Una de
las recomendaciones finales que establece el informe, cuya realización llevó
otros cien días, dice: “Sancionar normas que tiendan a declarar crimen de lesa
humanidad la desaparición forzada de personas”.
“El Nunca Más fue fundamental para que de allí el fiscal
Strassera pudiera seleccionar los casos que más condensaban los crímenes
cometidos por la dictadura. Fue un trabajo monumental de recolección de
documentación y testimonios, y también de sistematización de esa información
que se recolectaba. En ese sentido, cumple una función indicial, es como un
índice que permite recorrer los hechos y que da cuenta de que no fueron hechos
aislados, sino un funcionamiento sistemático”, describe a Infobae Leamos
Ricardo Gil Lavedra, uno de los seis jueces que condenó a las Juntas Militares.
“El detalle del informe sumado a la habilidad de Strassera
para detectar cuáles eran los casos que más prueba iban a producir en el
desarrollo del juicio permitieron que se dieran por probados los crímenes de la
dictadura”, suma el jurista que escuchó al fiscal decir lo de “señores jueces:
nunca más”, y que escuchó lo que siguió al alegato: un silencio que pareció
irrompible durante algunos pocos segundos y después aplausos, chiflidos, gritos
que decían “bravo” y gritos que decían “asesinos”.
La Conadep se reunía en el Centro Cultural San Martín, donde les cedieron un espacio. A la izquierda, abajo, Graciela Fernández Meijide, a cargo de recibir las denuncias. |
Nueve meses para contar siete años
Graciela Fernández Meijide era la encargada de recabar
testimonios en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Por su
experiencia, la Conadep la convocó para estar a cargo de su Secretaría de
Denuncias, que recolectaría lo que ya recopilaban desde hacía años los
organismos de derechos humanos y tomaría nuevos testimonios de sobrevivientes y
de familiares de desaparecidos.
“Yo nunca iba a escuchar los testimonios de los ex grupos de
tareas que se acercaban a contar su versión. No iba porque sabía que podía
estar delante del asesino de mi hijo sin saber que era él. Pero un día fui, y
un ex grupo de tareas estaba contando cómo secuestraba y cómo torturaba, y a
dos salas de distancia estábamos escuchando el relato de la víctima de todo
eso, un hombre que estuvo secuestrado en Campo de Mayo y logró escaparse. Yo
iba y venía para saber qué preguntarles según lo que la otra persona iba
contando, y ellos nunca supieron que el otro estaba ahí nomás. Esa escena fue
durísima, y eso que todo era muy duro”, reconstruye Fernández Meijide.
Las denuncias se tomaban en el espacio que el Centro
Cultural San Martín le cedió a la Conadep para que las recibiera. “Fue muy
difícil, muy estresante. Muchas de las personas que se ocupaban de tomar las
denuncias renunciaban porque no aguantaban escuchar todos esos tormentos”, dice
Fernández Meijide, y también: “Para mí fue reparatorio. Reparatorio y
angustiante. Cuando asumí que mi hijo Pablo estaba muerto, porque era imposible
que lo tuvieran tanto tiempo desaparecido sin que lográrarmos saber nada de él,
me dije: ‘Voy a juntar todos los testimonios que pueda, voy a ver en qué
coinciden, para un día, si hay justicia, poder meterlos presos’”.
Una de todas las manifestaciones en las que se exigió la aparición de los niños y niñas nacidas en cautiverio. (chubut.edu) |
Hay una expresión que, casi cuarenta años después de esos
nueve meses de trabajo imparable, Fernández Meijide no olvida. “Algunos
sobrevivientes decidían venir a los centros clandestinos junto a integrantes de
la Conadep. En general, ellos habían transitado esos lugares ‘tabicados’, es
decir, imposibilitados de ver, con alguna venda o capucha. Y cuando veían que
el lugar era como ellos habían descripto, que su testimonio se verificaba en la
realidad y que entonces todo lo demás que habían contado sería también creíble,
se les notaba el alivio. La angustia, pero también el alivio”, describe, y
coincide con Gil Lavedra: “Un buen fiscal, que lo hubo, hubiera encontrado la
manera de sostener su acusación. Pero el Nunca más fue una base fuerte para a
partir de ahí seguir trabajando en probar los crímenes de la dictadura”.
Escenas de la tortura y la apropiación
En su apartado sobre torturas, el Nunca más tiene un testimonio
que dice: “Un día me tiraron boca abajo sobre la mesa, me ataron (como siempre)
y con toda paciencia comenzaron a despellajarme las plantas de los pies.
Supongo, no lo vi porque estaba ‘tabicado’, que lo hacían con una hojita de
afeitar o un bisturí. A veces sentía que rasgaban como si tiraran de la piel
(desde el borde de la llaga) con una pinza. Esa vez me desmayé. Y de ahí en más
fue muy extraño porque el desmayo se convirtió en algo que me ocurría con
pasmosa facilidad. Incluso la vez que, mostrándome otros trapos ensangrentados,
me dijeron que eran las bombachitas de mis hijas. Y me preguntaron si quería
que las torturaran conmigo o separado”.
Y otro que dice: “Allí fui llevado directamente a la
‘parrilla’, atado al elástico metálico de una cama, ligado de pies y manos con
electrodos y acariciado por la ‘picana’ en todo el cuerpo, con especial
ensañamiento e intensidad en los genitales (...) Sobre la parrilla uno salta,
en la medida que le permiten las ligaduras, se retuerce, se agita y trata de
evitar el contacto con los hierros candentes e hirientes. La ‘picana’ era
manejada como un bisturí y el ‘especialista’ era guiado por un médico que decía
si aún podía aguantar más”.
En el apartado sobre niños desaparecidos y embarazadas, un
testimonio refiere: “Una vez nacida la criatura, la madre era ‘invitada’ a
escribir una carta a sus familiares a los que supuestamente les llevarían el
niño. El entonces Director de la ESMA, capitán de navío Rubén Jacinto
Charmorro, acompañaba personalmente a los visitantes, generalmente altos mandos
de la Marina, para mostrar el lugar donde estaban alojadas las prisioneras
embarazadas, jactándose de la ‘Sardá’ que tenían instalada en esos campos de
prisioneros”.
Ediciones en inglés, alemán y portugués del "Nunca más", publicado por Eudeba desde 1984 hasta ahora. |
“Es imposible leer el Nunca más de corrido. Es
inaguantable”, dice Gonzálo Álvarez, presidente de Eudeba, el sello editorial
de la Universidad de Buenos Aires que edita el libro desde su lanzamiento, en
1984. Según estima, desde aquella primera edición hasta estos días y contando
las traducciones a otros idiomas, el libro lleva vendidos alrededor de 500.000
ejemplares.
“En el momento de publicarse fue un best-seller, y luego se
convirtió en un long-seller, es decir, un libro que se sigue vendiendo con el
correr del tiempo. Aunque ya no sean tiradas tan grandes, en general hacemos
una reimpresión por año. Y no es sólo porque Eudeba crea que es un libro que
debe mantener en su catálogo, sino porque efectivamente se vende”, describe
Álvarez.
El informe lleva once ediciones y lo recaudado de sus ventas
se destina a un fondo para editar otros títulos vinculados a la defensa de los
derechos humanos o a organizar actividades también con esos fines. Se tradujo
al italiano, al portugués, al alemán, al inglés y al hebreo, entre otros
idiomas, y tanto Brasil como Guatemala apelaron al lema “nunca más” para
informes que describen crímenes contra los derechos humanos.
“La estructura del informe, que recorre desde cómo se ejecutaban las torturas hasta cómo eran los centros clandestinos de detención y de qué manera se llevaban a cabo los secuestros, es clave para demostrar que detrás de esas acciones había un plan sistemático. El informe fue fundamental para describir eso”, sostiene Álvarez, y agrega: “El hecho de que se haya decidido editar en forma de libro, y que se haga a través de una editorial universitaria, tiene que ver con que el informe circule en vez de estar guardado una vez presentado. Está a disposición de los ciudadanos. Y el interés por mantener la memoria activa se ve en que se sigue vendiendo. A adultos para sí mismos, a adultos que lo compran para sus hijos, y también a extranjeros que quieren conocer los hechos”. Según Álvarez, “el Nunca más es un libro que contribuyó y contribuye a la memoria, la verdad y la justicia”.
Miguel D’Agostino sobrevivió a un centro clandestino de
detención. En su testimonio ante la Conadep dijo: “Si al salir del cautiverio
me hubieran preguntado: ¿te torturaron mucho?, les habría contestado: Sí, los
tres meses sin parar (...) Si esa pregunta me la formulan hoy les puedo decir
que pronto cumplo siete años de tortura”. Julio Strassera aseguró que hablaba
en nombre de todo el pueblo argentino al exigir una condena a todos esos años
de tortura. Dijo “nunca más” porque no había mejor manera de decirlo. Porque
ahí estaba todo.
fuente infobae
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